Segunda vuelta

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Las conclusiones sobre los comicios del domingo pasado ya han sido sacadas por la comentocracia y los especialistas. Se perfilaron tendencias evidentes: el gobierno conservó y amplió su mayoría en la Cámara de Diputados; los independientes tuvieron éxitos notables; Morena logró más o menos lo que se proponía; PAN y PRD sufrieron descalabros. Pero quizá la lección más significativa fue la dispersión del voto.
La gente votó en una proporción superior a la acostumbrada en comicios intermedios. Pero en lugar de concentrar su voto en los dos principales partidos —PRI y PAN— o en tres de ellos —PRI, PAN y PRD—, PRI y PAN apenas superaron 50 por ciento de los votantes, y los tres juntos apenas 60 por ciento. Los pequeños partidos se llevaron lo demás. Esto no augura nada bueno, pero existe un remedio sencillo.
No augura nada bueno porque la dispersión se manifestó cada vez que la gente tuvo cómo expresar su rechazo: ya sea por independientes, por partidos nuevos —Morena, Encuentro Social—, por el Verde para los despistados. Esto seguirá sucediendo. En la elección presidencial de 2018 podemos amanecer con un presidente electo por la cuarta parte del electorado, que representa las dos terceras partes del padrón. La solución es la segunda vuelta, sobre todo que sobrarán independientes: Neri Vela, Margarita Zavala, Miguel Ángel Mancera, algún futbolista, una cantante y tres “activistas” de Las Lomas.
Por lo menos en cargos ejecutivos, la segunda vuelta obliga a concentrar el voto, a pesar de la dispersión en la primera. Solo permanecen dos en la contienda, y por definición uno obtiene más de 50 por ciento. Los tres partidos la rechazan: el PAN ha sido sensato y lo ha considerado con más seriedad. El PRI se opone porque cree que le echarían montón, y el PRD antes, Morena ahora, se niegan a aprobarla por la misma razón. Si entienden que la dispersión será más dañina que la segunda vuelta, quizá cambien de opinión.
Esto no resolvería el problema de las elecciones legislativas. De introducirse la segunda vuelta en esas votaciones, se correría el riesgo no solo de acabar con la dispersión, sino con la representación legislativa de los partidos pequeños. Conservarían su registro gracias a sus votos en la elección presidencial, pero no contarían con diputados ni senadores. No es buena idea, aunque también para ello hay antídotos. Pero si queremos evitar la dispersión —hay razones para hacerlo— no hay que complicarse demasiado buscando soluciones milagrosas. Ahí está: la segunda vuelta.

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