La futilidad de la guerra al “narco”

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La semana pasada salió una noticia en Bogotá que debiera hacernos reflexionar en México. De acuerdo con la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito (Unodc), la superficie sembrada de hoja de coca en Colombia se duplicó entre 2013 y 2015, pasando de 48 mil hectáreas el primer año a 96 mil el segundo. Después de 15 años de Plan Colombia y los esfuerzos de tres presidentes (Pastrana, Uribe y Santos), la superficie sembrada ha bajado 20% (era de 122 mil hectáreas en 1999). Si suponemos que en estos 15 años el rendimiento por hectárea ha aumentado en la mísera proporción de 1% al año, hoy Colombia, con mucho el primer productor de cocaína del mundo, produce más o menos las mismas toneladas que a finales del siglo pasado; no tanto como en el año pico de 2000, pero lo mismo que el promedio de la década siguiente. Todo el esfuerzo de erradicación, de fumigación de guerra contra cárteles y narcoguerrilleros sirvió estrictamente de nada.
Algo parecido sucede con la amapola en México. Según Unodc, en el año 2005 se sembraron 3 mil 300 hectáreas de dicho enervante. En 2010, el monto se elevó a 14 mil hectáreas, y en 2015 a 24 mil 800, con una medición más precisa. En 2015, México tenía capacidad para producir 475 toneladas de goma de opio, mientras que en 2000 se estimaba que podía producir 21 toneladas de esta sustancia. Estos datos pueden no ser perfectamente comparables, tanto porque han mejorado mucho las técnicas de medición (sobrevuelos, satélites, etcétera), como por mayores rendimientos.
Para todos fines prácticos, vemos una tendencia igual a la de Colombia. Los diez años de la guerra al narco de Calderón y Peña Nieto no han servido de nada en cuanto a producción de heroína se refiere.
La guerra sí ha servido para aumentar el número de homicidios dolosos por 100 mil habitantes en México. Se ha repetido hasta la saciedad, pero conviene insistir. Fox le entrega a Calderón en 2007 el México menos violento de nuestra historia, por lo menos aquella sujeta a estadísticas: 10 mil 253 homicidios. La tendencia descendente venía desde el final del sexenio de Salinas. En 2011, el año pico de Calderón, la cifra alcanzó 22 mil 852. A partir de 2012 la cantidad comienza a bajar de nuevo.
Sigue disminuyendo en 2013 y 2014, pero el año siguiente vuelve a repuntar, superando el nivel de 2009. Y este año, de acuerdo con los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (Sesnsp), si la evolución actual se mantiene, alcanzaremos más de 19 mil homicidios dolosos —una barbaridad de nuevo—. Todo para nada.

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