Jorge Castañeda
Muchas fuentes bien enteradas, empezando por la columna de Joaquín López-Dóriga, han insistido en estos últimos días en los inminentes cambios en el gabinete, y en particular en la SRE. Se supone que en enero Claudia Ruiz Massieu sería sustituida por Luis Videgaray, y ella o bien iría a Cultura o a algún otro ministerio en donde EPN le seguiría agradeciendo el buen trabajo que ha hecho. Huelga decir que yo no tengo la menor idea de si todo esto va a suceder o no, pero sí puedo especular sobre la lógica de proceder de esa manera.
Se ha vuelto ya una leyenda urbana que Videgaray organizó la visita de Trump a México a finales de agosto, que forjó una relación estrecha con el yerno del nuevo presidente de Estados Unidos (EU), y es a quien Peña le tiene la mayor confianza para coordinar la multifacética negociación con EU que comenzará en los próximos meses. De ser así, y si uno acepta como evidente que Peña no está en condiciones de ser quien coordine la negociación de los distintos temas –libre comercio, deportaciones, muro, centroamericanos, droga– con la nueva administración en Washington, pues el personaje idóneo para ello, tanto por la confianza que le tiene EPN por la supuesta relación que tiene con Trump, como por su propia competencia, sería Videgaray. Si a esto agregamos la tesis falsa, pero muy socorrida, de que Videgaray ‘acertó’ al invitar a Trump a México, pues tenemos ya una argumentación robusta para entender por qué se darían los enroques o cambios en el gabinete.
Pero la verdad es que, si sólo nos atenemos a los temas de EU, no se justifica la sustitución de Ruiz Massieu por Videgaray. No sé si en un mundo ideal Claudia Ruiz Massieu fuera la persona idónea para ocupar ese cargo en esta coyuntura. Pero el hecho es que ahí está, y que ha entendido algo que sus dos predecesores nunca comprendieron: lo más importante que tiene que hacer un canciller en México es ocuparse de EU. Por otro lado, cualquiera que sea la relación de Videgaray con Jared Kushner, a partir de la confirmación de Rex Tillerson como secretario de Estado, la única interlocución que tendrá la secretaria de Relaciones Exteriores de México con Washington será con él. Amistades, cercanías, afinidades –lo que se quiera– con el yerno de Trump pasan a un segundo plano. Porque lo último que quiere Peña, o cualquier persona sensata, es que el secretario de Estado de un presidente que no sabe de asuntos internacionales se enoje porque uno de sus colegas –en este caso el mexicano– tiene una relación privilegiada con la familia presidencial.
Por tanto, y como todo esto es bastante obvio, y hasta Peña lo entiende, me parece que si los cambios se dan será por motivos de política interna. De lo que se trata no es de organizar la negociación en paquete con EU –sí creo que Videgaray tenga el talento para hacerlo– sino volverlo a poner en el juego de la candidatura presidencial del PRI. En vista de la enorme mediocridad de todos los aspirantes priistas, no hay ninguna razón por la que Peña pueda pensar que Videgaray fuera peor candidato que los demás. Y tiene una ventaja: es el preferido de Peña y con creces. Por tanto, conviene ver cualquier posible cambio en la Cancillería o en otro cargo, que involucre a Videgaray, no tanto como algo que tenga que ver con Trump, EU y el tsunami que se nos viene encima a partir del 20 de enero, sino con la grilla interna del PRI. Que por cierto es lo único que siempre les ha importado a los priistas.