Jorge Castañeda
Aunque la actualidad sigue imponiendo los temas de Trump, de EU, de la reacción mexicana, a todo ello y a los enormes retos que le impone al país el cambio dramático que se ha producido en el vecino del norte, hoy quisiera hablar más bien de un tema estrecha y directamente vinculado a ese dilema: me refiero desde luego a la elección presidencial del 2018 en México. ¿Qué tiene que ver una con el otro? Absolutamente todo, aunque hoy no será tan fácil de demostrarlo.
Hoy en día López Obrador conserva y ensancha la ventaja que según algunos que lo escribimos desde hace tres años tendría en este momento. Tiene un extraordinario jefe de campaña –Enrique Peña Nieto– y una capacidad de trabajo ídem; conexión con los sentimientos más sencillos y simples de la gente, que ningún candidato puede tener en este país en esta época. Para todos fines prácticos, tendría ganada la elección si fuera hoy. El dilema que enfrentan los demás candidatos consiste en qué quieren hacer en vista de este hecho contundente: intentar en vano ganarle, o fortalecer su presencia en el Congreso como contrapeso, aspirando a un fuerte segundo lugar; o buscar la manera de aliarse directa o tácitamente con él, contribuyendo a algo que ya estamos viendo dentro del empresariado y en algunos otros círculos, a saber, el clásico fenómeno de “la cargada”.
Conviene recordarlo, México no es priista; el PRI es profundamente mexicano. “La cargada” no es un fenómeno priista, es ante todo mexicano. Hoy que mucha gente piensa que López Obrador no puede perder, empiezan a alinearse con él. Empresarios, intelectuales, activistas, políticos locales de buena o mala reputación –ver Tlaxcala y Puebla– se empiezan a sumar a una candidatura que ven con simpatía no porque estén de acuerdo con sus propuestas o incluso con la personalidad del candidato, sino porque va a ganar. Esto existe también en otros países, pero México es tal vez el lugar privilegiado de “la cargada”.
En estas condiciones, o bien, alguien opera con extrema audacia, habilidad y talento para crear un polo diferente, ni el cuarto polo de Dante Delgado, ni el gran polo opositor de algunos otros, sino una candidatura independiente que pueda canalizar el descontento y los recursos que otras candidaturas independientes hasta ahora no han podido reunir. De no ser el caso, y de no producirse un acontecimiento imprevisto, como ya dije, parece difícil evitar una victoria de AMLO. Este es el gran reto que enfrenta el país y sus vecinos. La pregunta que deberá hacerse EU, Centroamérica, el empresariado y la parte más libertaria de la sociedad civil mexicana, es si en vista de este hecho aparentemente inevitable, conviene más oponerse a él o alinearse.