Jorge G. Castañeda
Abundan las especulaciones sobre los resultados posibles de las elecciones en el Estado de México, sobre la situación actual de la carrera de caballos, y sobre las consecuencias políticas de uno u otro desenlace. Llegamos a ver extrañezas entre simpáticas y absurdas, donde comentaristas de un mismo medio sacan conclusiones contrarias de encuestas… del mismo medio. Circulan asimismo diversas teorías, unas más maquiavélicas que otras, otras más retorcidas o bizantinas que unas. Una en particular destaca por su inteligencia y sofisticación, procedente de las mismas virtudes poseídas por sus autores.
Va más o menos así. Nadie en sus cinco sentidos piensa que hoy un candidato del PRI o del PAN le puede ganar la elección presidencial a López Obrador en 2018 sin algún tipo de alianza de dos o tres partidos. Nadie con los pies en la tierra ve viable una alianza de esa índole a menos de que sea impuesta por un nuevo diseño electoral. Y nadie con memoria desea repetir las maniobras “fallidas” de Zedillo y Fox contra AMLO y que le permitieron victimizarse en 1999 y 2005.
Por lo tanto resulta imprescindible un paquete que imponga alianzas, no tenga dedicatoria directa para AMLO y no hiera las susceptibilidades del presidente Peña. Éste se ha opuesto siempre a la segunda vuelta –el único mecanismo que vuelve obligatoria una alianza entre fuerzas “antagónicas”– porque según él, implicaba la derrota del PRI, o en todo caso le enviaba la señal a los priistas que el primero entre ellos ya se había resignado a perder.
La cuadratura del círculo es la siguiente. Si el PRI pierde en el Edomex, tanto Peña como los priistas sabrán que sin un milagro, serán derrotados en 2018. Pasaría a ser entonces aceptable, incluso deseable, un esquema donde si ningún candidato alcanza un umbral determinado –digamos, con Manlio Fabio Beltrones, 42% del voto– se abre una disyuntiva. O bien el candidato con mayor porcentaje, inferior a 42% –digamos, AMLO– logra, en el transcurso de un mes, conformar un gobierno de coalición, de acuerdo con la legislación de 2014-2015, que obtenga la mitad más uno de los votos en el Senado o la Cámara de Diputados. O bien se celebra una segunda vuelta, al término de un mes, en la que contienden los dos candidatos punteros –digamos, AMLO y el aspirante panista– y donde pierde AMLO y gana el PRIAN.
El PRI y el PAN, y hasta tal vez el PRD, impedirían en el Congreso la ratificación del gobierno de coalición de AMLO. Pero tendría la oportunidad de lograrla. No habría sólo segunda vuelta para cerrarle el paso, sino un mecanismo más complicado –y enredado- para ganarle, que no le facilitaría del todo la victimización. Y EPN no habría claudicado de sus convicciones o de su confianza en el triunfo del PRI sino hasta después de la debacle mexiquense.
Veo tres dificultades con esta maniobra, que por otra parte me parece saludable para el país, más allá del 2018. En primer lugar, creo que a pesar de todo, el PRI va a ganar de panzazo en el Edomex, porque se trata de una elección del presidente (ni siquiera de Estado), y obviamente el INE no tiene ni la voluntad ni la capacidad de limpiar el cochinero. En segundo lugar, tal y como está la ley hoy, no se puede modificar la legislación electoral federal salvo 90 días o más antes de que inicie el proceso electoral (Artículo 105 de la Constitución), que comienza el 1 de septiembre de 2017. En otras palabras, para las elecciones que tendrán lugar el 1 de julio de 2018, la fecha límite para cambiar cualquier ley aplicable a esos comicios deberá aprobarse antes del 31 de mayo de este año. Es decir, dentro de tres semanas. Imposible, a menos de que se cambiara la disposición constitucional pertinente, que también debería ocurrir antes de esa misma fecha.
Por último, creo que AMLO igual jugaría la carta de la victimización. Gracias a ella, y al hartazgo, en 2018, a diferencia del 2006 o el 2012, los electores del PRI en la primera vuelta, o incluso los del PAN si este último logra la hazaña de quedar en tercer lugar (como Josefina en el Edomex), no votarían por el aspirante del PRIAN, sino por López Obrador. Por todo eso, este esquema, audaz e imaginativo, no prosperará.