Jorge G. Castañeda
Aix-en-Provence es una ciudad de 140,000 habitantes en el sur de Francia, cerca de Marsella. Es la zona del hexágono del idioma del poeta Federico Mistral, la cuna del pintor Cézanne, y donde millones de franceses vienen a pasar parte o todo el verano desde hace más de un siglo. Hoy pertenece a la demarcación regional llamada Provence-Alpes Maritimes-Cote d’Azur, o PACA.
Es una ciudad más o menos con la misma población que Tulancingo, en Hidalgo. En realidad Tulancingo tiene unos 20,000 habitantes más. No es ni la más rica de Francia ni la más pobre. Es quizás una de las de mayor tradición o abolengo o de belleza natural, aunque no necesariamente arquitectónica. Las plazas son preciosas, sin ser espectaculares; la catedral, en plena restauración, es buena, pero desde luego no es Chartres o Reims o Estrasburgo; quizás lo que más caracteriza esta región es la luminosidad que inspiró a artistas como Cézanne, Van Gogh, Sisley, y a un buen número adicional de impresionistas.
La comparación con Tulancingo es válida. No sólo por las dimensiones demográficas idénticas, sino también porque Francia es un país de pequeñas ciudades y México es un país de ciudades medianas. La diferencia reside en lo que cada una de estas dos ciudades encierra para sus habitantes y visitantes. La primera comparación que impacta, quizás injustamente, pero no del todo, porque si bien Francia es una nación con una cultura milenaria, México también lo es. El museo de la ciudad, insisto, que tiene 140,000 habitantes, tiene una exposición permanente que incluye varias obras de Cézanne, como es lógico, de Picasso, Giacometti –esculturas y caballete– y desde luego exposiciones temporales de enorme calidad. Dos llaman en este momento la atención. La de Sisley, uno de los primeros impresionistas, y la de la galerista Jeanne Bucher Jaeger, con una colección con más de 100 obras, entre las que destacan Picasso, Renoir, Monet, Van Gogh, Klee, Dubuffet y Nicolas de Staël.
Aix también ofrece a sus habitantes y visitantes la sede de la Universidad de Provence-Marsella, una de las universidades públicas más avanzadas en Francia en materia de “digital o numérico”, como le dicen ahí, y es sede también, desde hace 17 años, de las reuniones de jornadas de economía donde se congregan altos funcionarios, los mayores empresarios de Francia y economistas, politólogos y científicos sociales de toda índole del mundo entero. Insisto, todo esto en una ciudad de 140,000 habitantes.
Y como todas estas ciudades, Aix tiene tres centros fundamentales para la vida local y turística. La primera es la famosa Office de Tourisme, ubicada en el centro de la ciudad, donde todos los turistas pueden dirigirse a preguntar por alojamiento, restauración, obras de teatro, museos, paseos y parques, y viajes alrededor de la ciudad. El propósito del Office de Tourisme es sólo ese. Informarle a los visitantes qué pueden hacer: no estafarlos, no engañarlos, no decirles que no –el deporte preferido francés.
En segundo lugar, Aix, como todas las ciudades francesas de este tamaño o incluso menores, tiene por lo menos una Maison de la Jeunesse de la Culture –MJC– fundadas por André Malraux a principios de los años 60, cuando fue el primer ministro de cultura del General de Gaulle. Ahí se reúnen jóvenes, niños y viejos, que pierden el tiempo o lo disfrutan y lo aprovechan, aprenden cosas o sólo se divierten, pero donde existe un centro cultural abierto a todos y animado por el Estado francés.
Y en tercer lugar, Aix, como casi todas las ciudades francesas de estas dimensiones, tiene su alcaldía, el llamado Hotel de Ville, que se coordina con la policía nacional (la famosa Gendarmería que tanto le gustaba a Peña Nieto), y se vincula también con la administración nacional: el famoso Prefecto y ahora, desde los años 80, con los presidentes regionales.
Francia tiene una enorme cantidad de problemas. Aix no está exenta de ellos. Tulancingo tampoco. Dentro de unos 50 o 60 años, quizás tendremos el nivel de vida en Tulancingo que el que tiene Aix hoy. Pero algunas de las cosas que tiene Aix las podría tener Tulancingo. No dependen del PIB per cápita. Dependen de unas ciertas ganas de hacer las cosas y de gastar dinero en ellas. ¿Dinero de quién? De los contribuyentes, los que en México no queremos pagar impuestos, como si a los franceses les diera mucho gusto.