El “American dream” de Enrique Berruga

El Financiero

Jorge G. Castañeda

La novela más reciente de Enrique Berruga, quien, lo confieso con gusto, es no sólo un amigo y excolaborador, sino también un colega de múltiples conspiraciones y complós, es a la vez la más ingeniosa y la más pertinente. Ingeniosa porque recurre a una serie de trucos literarios o metáforas existenciales, que, acompañadas de su legendario sentido del humor, hacen que uno se ría con frecuencia a lo largo de las páginas del texto. Cada lector encontrará el tema, el párrafo o el capítulo más gracioso. El que más me divirtió a mí fueron los pasajes sobre la gran reticencia del personaje central de la novela, que, para olvidar un mal de amores en apariencia incurable, trató de convertirse al judaísmo. Sólo que no pensó al iniciar esa aventura si tendría que pasar por el rito de la circuncisión, pero no a las semanas o meses de nacer, sino en la edad madura. Las estratagemas literarias de Berruga no son necesariamente originales y novedosos, pero funcionan muy bien en este texto.

Pertinente, porque es, como lo anuncia la editorial, la primera sátira política de la era de Trump. Aunque me parece que la palabra sátira no es la más adecuada. Porque en el fondo, Berruga está planteando un doble dilema para México y para EU, que no tiene nada de satírico ni de artificial, sino que encierra una profunda realidad. Esta es la parte más interesante de la novela de Berruga, y la más apasionante, aunque no necesariamente destila el mismo humor que las otras.

Primer dilema, y el resumen es mío, no de Berruga. En una confabulación llevada a cabo durante una cena en la ciudad de Dallas, un grupo de norteamericanos –políticos, científicos sociales, militares y diplomáticos– le anuncian a un interlocutor mexicano que han llegado a la conclusión siguiente: “México es demasiado importante para dejarse en manos de los mexicanos”. En efecto, consideran que el desastre que vive su país vecino, en materia económica, social, cultural, de violencia, de delincuencia y de corrupción es tal, que ya no funciona el viejo paradigma norteamericano que operó desde la Revolución por lo menos, si no es que desde antes. Mientras México podía ser (mal) gobernado por sus élites, que garantizaban estabilidad en la frontera, EU podía permitirse el lujo de dejar en manos de esas élites la administración del territorio vecino. La ineptitud o el agotamiento de esas élites dieron al traste con el paradigma. Ahora EU tiene que ocuparse directamente.

El segundo dilema es que en buena medida ese agotamiento de las élites se debe a la inenarrable e infinita corrupción de las mismas, que ya ha destruido los más mínimos vestigios de confianza en ellas que podía haber albergado en algún momento la sociedad mexicana. De tal suerte que EU debe resolver con una jugada maestra la ingobernabilidad mexicana y la fuente de esa ingobernabilidad: la corrupción. No revelaré cuál es esa medida, pero sí puedo describir el vínculo entre la corrupción y un arma se-creta de los norteamericanos. Se trata de la lucha en EU contra la corrupción en México.

La lucha contra la corrupción en la novela se da de una manera no tan distinta a lo que ha sucedido en estos últimos años. EU ayuda o participa en detenciones de exfuncionarios o funcionarios corruptos mexicanos y luego también, en la novela por lo menos, de empresarios y de políticos en retiro o en reserva. Les confisca sus cuantiosas cuentas y otros activos en EU; en seguida el gobierno de Washington hace un gesto de supuesta gran magnanimidad al entregarle un cheque gigantesco al de México, reuniendo todos los fondos expropiados. Podrían ser los $14 mmdd que dice el gobierno de EU que tiene El Chapo y que va a arrebatarle.

La novela de Enrique Berruga debe ser leída por quien quiera divertirse, por quien quiera burlarse de Trump, y por quien quiera entender algunas de las novedades en las relaciones de México y EU en la era de Trump y en la era de la descomposición del sistema político mexicano. Y que no necesariamente se pueden captar a través de otras lecturas. Vale la pena leer a Berruga.

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