Jorge G. Castañeda
Nunca se entendió del todo la lógica de un nuevo encuentro entre Enrique Peña Nieto y Donald Trump en vísperas de las elecciones mexicanas y a 8 meses de que EPN dejara la Presidencia de México. A menos de que el encuentro fuera la ocasión para anunciar un gran acuerdo sobre el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, los dreamers y un aumento significativo de las visas H2A y H2B para trabajadores temporales mexicanos en Estados Unidos, el mero hecho de reunirse en México o en EU implicaba grandes riesgos y ningún beneficio.
Todo parece indicar que no hubo tal acuerdo. En primer lugar, porque no han concluido las negociaciones sobre el TLCAN y faltan los capítulos más espinosos: reglas de origen, estacionalidad agrícola, mecanismos de solución de disputas, cláusula de revisión quinquenal. Además, lo que hubiera podido ser un arreglo al problema de los DACAs o dreamers, que beneficiaría a casi 1.5 millones de mexicanos en EU se cayó en el Senado norteamericano, sin siquiera llegar a la cámara baja donde iba a ser aún más difícil sacar algo sustantivo. Y en cuanto a las visas, de haber sólo eso de por medio, era de esperarse que el acuerdo sería impresentable para la sociedad norteamericana, para el Partido Demócrata, para los sindicatos, y para la comunidad latina. De modo que se antojaba que el anuncio sin fecha ni ubicación del encuentro sobre la reunión EPN-Trump, tenía más un sentido político interno mexicano que cualquier otra cosa.
Aun así, parecía difícil de comprender. Si bien una buena reunión entre los dos presidentes de alguna manera podría ayudarle a EPN y elevar ligeramente su popularidad, no se ve muy bien como eso podía contribuir a la campaña del candidato del PRI, que ni siquiera con un gran acuerdo hubiera podido levantarse de la postración en la que se encuentra. Pero ausente el acuerdo, es decir sin nada que anunciar que fuera realmente significativo, el riesgo de un mal encuentro, podía ensombrecer cualquier beneficio posible.
Pues resulta, según The Washington Post, que no habrá tal encuentro o en todo caso será un “meet and greet”, al margen de la Cumbre de las Américas, en Perú, durante el mes de abril. Se suponía que el encuentro tendría lugar en la ciudad de Washington en la primera semana de marzo, y que se había logrado un acuerdo sobre el intratable problema del muro: Trump no insistiría en que México iba a pagar el muro y Peña no diría que México no lo pagaría. Pero en la conversación telefónica de la que se informó a principios de la semana pasada entre ambos mandatarios, resulta, de nuevo, según el WP, que no hubo tal convergencia. Trump se negó a comprometerse a no hablar del muro ni de que México lo pagaría; EPN no aceptó esa exigencia, y por lo tanto, según el WP, se canceló el viaje.
Ya si Trump perdió los estribos como le dijeron los mexicanos al WP, o si sólo se exasperó y se frustró con la intransigencia mexicana, como dijeron los norteamericanos, da más o menos lo mismo.
No es una buena idea estar jugando con las relaciones con Estados Unidos como instrumento de campaña de un candidato del PRI. Siempre sale mal. Con Trump sale peor. Es hora de que la Cancillería y Presidencia dejen de querer prolongar en los hechos la vigencia del mandato de EPN, cuando es obvio que ya es un presidente saliente, debilitado e impopular. Es hora de que dejen de negociar el TLCAN y permitan que el sucesor, cualquiera que sea, lo termine; es hora que suspendan mayores concesiones a EU en materia de la guerra contra las drogas y la migración centroamericana; y es hora de que cesen de buscar encuentros inútiles e inmanejables.