Jorge G. Castañeda
Todos hemos comprobado cómo Andrés Manuel ha elaborado una fina estrategia para esconder sus verdaderos propósitos en materia de políticas públicas en caso de ganar la elección. Anuncia ciertas definiciones él mismo, y enseguida sus voceros oficiales –los que van a los medios, debates y entrevistas– afirman otra cosa. Sus rivales, detractores o simpatizantes se ven enfrascados en una estéril discusión sobre “lo que quiso decir Andrés Manuel”. El esquema funciona bien, salvo cuando, como le espetó Anaya en el debate, se le juntan los públicos y no puede decir ya nada porque de modo inevitable ahuyentaría a algunos de ellos.
Lo que no hemos detectado con la misma claridad es que junto con este estratagema, el candidato de Morena despliega otro, igual de sofisticado, pero más peligroso. AMLO no solo tiene voceros: tiene seguidores o adeptos de varias estirpes ideológicas. Unos son los Poncho Romos, Gerardo Esquiveles, Javier Jiménez Esprius, Rogelio Ramírez de la O, etc, que defienden, en el cuarto de deliberaciones del candidato y en público, posiciones moderadas, tanto de fondo como de tono. Ni detener el aeropuerto como tal, ni revertir la reforma energética en sí misma, ni aliarse con la CNTE contra la reforma educativa, ni denunciar el TLC. Lo hacen además con formulaciones prudentes, corteses, en una palabra, moderadas.
Los otros, desde Taibo hasta los pejezombis en las redes sociales, pasando por los antisemitas, los homófobos, los incendiarios, la Coordinadora, y adláteres, hacen exactamente lo contrario. Insultan, atacan, amenazan, obstruyen, censuran y sostienen posturas de sustancia radicales. Son antediluvianas, ciertamente, pero consistentes: no a todo, sí al pueblo y a la revolución. ¿Cuál? La que haya, desde la mexicana o la cardenista, hasta el socialismo del siglo XXI de Chávez, e incluyendo, desde luego, la cubana.
López Obrador juega con estas dos alas de su movimiento a través una táctica semejante a aquella que utiliza con sus voceros. Un día le da la razón a Taibo, otro a Ebrard. Un día aprueba, o incluso promueve, la censura de la serie sobre el populismo en América Latina, otro se deslinda de las expropiaciones y de los fusilamientos. Pero nunca se separa de su gente en las redes ni en las calles ni en los medios alternativos ni en otros países.
¿Qué tiene de grave todo esto, se preguntarán algunos lectores? Nada, mientras entendamos una diferencia fundamental entre los dos conjuntos de partidarios de Andrés Manuel. Es la intensidad, “stupid”, como la economía de Clinton. No dudo que Romo o Clouthier sean absolutamente sinceros en su moderación. Pero no se les va la vida en ello. Tampoco dudo del fervor de las convicciones de Taibo, pero a la “ultra” del Peje, sí se le va la vida en su apoyo a la revolución. Ellos sí salen a la calle a defender sus creencias; los moderados, no. Ellos sí luchan por sus tesis; los moderados sólo las abanderan. Ellos sí dicen lo que piensan de sus correligionarios; estos últimos son cautelosos. ¿Quién va a ganar la batalla? Vean la hipotética serie sobre la izquierda en América Latina desde 1954. Allí yace la respuesta.