Jorge G. Castañeda
En un virtual homenaje a Manuel Rodríguez Woog, el fallecido encuestador, estudioso y amigo entrañable, la revista Nexos este mes publica una nueva versión de la encuesta y análisis realizados en 2011 por Manuel y entonces titulado Mexicano ahorita: Retrato de un liberal salvaje. Hoy, el nuevo retrato de un liberal salvaje nos confirma y nos amplía los resultados de principios del decenio.
Retengo tres hallazgos del estudio: el cambio, el individualismo y la irrealidad en la que vive el mexicano. Sobre el primer tema, “frente a la disyuntiva de elegir un presidente que cambie poco y sigamos como vamos, o uno que cambie mucho y empecemos algo nuevo, un 81 por ciento se inclina por un cambio”. Son los mismos números que encontramos en encuestas electorales, pero aquí justamente se ubica la pregunta en un contexto diferente. El desenlace es el mismo. Por eso le apuesto a quien quiera que el PRI no saca más de 20 por ciento el 1 de julio.
Sobre el individualismo, los autores Claudio Flores, Guido Lara, Marco Robles y Benjamín Salmón corroboran innumerables pesquisas anteriores. En 2011, en mi libro Mañana Forever: Mexico and the Mexicans (traducido al castellano como Mañana o pasado: El misterio de los mexicanos), me propuse reconfirmar las tesis perennes de Ramos, Paz y Bartra sobre el individualismo mexicano. Individualismo centrado en la familia y en la desconfianza de cualquier acción colectiva. Di como un ejemplo entre muchos otros la horizontalidad de la vivienda y las dificultades de pasar a la verticalidad; los sucesivos directores del Infonavit me corregirán… El estudio muestra que 81 por ciento de los mexicanos están de acuerdo con la afirmación “antes que el país, está mi familia”; 72 ór ciento que “el esfuerzo personal es más importante que el esfuerzo de todos como país”; y 61 por ciento afirma que “hago lo que me beneficie aunque no se beneficie el país”. Apenas 43 por ciento sostienen que los mexicanos SÓLO tenemos sueños comunes. Quizás no se necesita un estudio tan profundo para confirmar el individualismo radical del mexicano, en el entendido de que el núcleo individual es la familia nuclear, pero es preferible contar con un instrumento de esta naturaleza. Así, cada vez que alguien busque convocar a los mexicanos a un esfuerzo colectivo y a abandonar el “cada quien para su santo”, sabrá exactamente a qué se enfrenta.
Por último, el análisis revela un grado de irrealidad en la que vive un gran número de mexicanos, que a la vez explica el individualismo y también el elevado nivel de frustración que envuelve a muchos compatriotas. Tres cuartas partes de los mexicanos consideran que “los sueños sí se pueden alcanzar”. Ochenta y cuatro por ciento confían “en que pueden cambiar su vida.” En esto el ensayo de GAUSSC y LEXIA se asemeja a otro citado por Miguel Basáñez en el cual alcanzamos el quinto lugar entre 101 países en la confianza de tener control sobre nuestras propias vidas. Más del setenta por ciento consideran que México es un país rico (el famoso cuerno de la abundancia) y 57 por ciento piensan que, para progresar, México no necesita de Estados Unidos. Las dos terceras partes de la sociedad mexicana están convencidas que México es un país rico, donde hay que repartir mejor la riqueza, mientras que sólo un tercio cree que es un país pobre y que hay que generar riqueza.
En menor o mayor grado, todas estas afirmaciones, convicciones o pensamientos son falsos. Lo serían en muchos otros países también, desde luego (quizás en Suiza no), y algunos lectores puedan pensar que así como lo piensan esos mexicanos, es como debería de ser (México no debiera necesitar a Estados Unidos para progresar). Aquí vemos algo fundamental, que el estudio no destaca, porque no es su tema: el carácter profundamente aspiracional del mexicano (la lógica de la publicidad de la rubia Superior). Pero una cosa es tener aspiraciones y otra es creer que mágicamente se cumplen. Por desgracia, no es así.