Jorge G. Castañeda
Varios distinguidos miembros de la comentocracia –Macario Schettino, Héctor Aguilar Camín, el que escribe, entre otros– hemos… comentado en días recientes cómo la sociedad mexicana se encuentra de plácemes por los resultados electorales. Y hemos contrastado dicho estado de ánimo optimista y positivo con una realidad que no necesariamente embona con las expectativas y la felicidad. Para abonar a lo mismo, van unos nuevos datos económicos.
El pasado viernes se publicó el dato para julio del Índice de Confianza del Consumidor del INEGI. Mostró su mayor crecimiento mensual –14.8 por ciento– desde 2001, y alcanzó su nivel más elevado desde 2008. Ambas cifras fueron atribuidas por especialistas y el propio INEGI a los resultados electorales, y a la consiguiente apreciación del peso en relación al dólar. Se trata, desde luego, de un indicador de percepciones, no de realidades, pero una mayor disposición de los hogares a efectuar compras de bienes durables, por ejemplo, suele traducirse, justamente, en mayores compras reales en las tiendas.
Casi de manera simultánea, el 31 de julio, el mismo INEGI hizo públicas las cifras de crecimiento del PIB para el segundo semestre del año, es decir abril, mayo y junio. Ajustadas por estacionalidad, el PIB decreció 0.07 por ciento, después de dos trimestres de crecimiento moderado. Es la primera caída del producto desde principios del sexenio de Peña Nieto. En términos anualizados, y corrigiendo por variaciones estacionales, la expansión de la economía, del segundo trimestre de 2017 al segundo trimestre de 2018, según la estimación oportuna del INEGI, fue de 1.6 por ciento, una de las tasas más bajas desde 2009.
Asimismo, esta semana, tanto Banco de México como el FMI, redujeron sus pronósticos para la economía mexicana este año y el siguiente. Para el banco central, la tasa de crecimiento de 2018 se aproximará más al 2 por ciento que al 3 por ciento, es decir en la parte inferior del rango divulgado hace meses. Para 2019, el Fondo prevé un crecimiento menor que el previsto para México –2.7 por ciento en lugar de 3 por ciento– debido a una serie de razones de coyuntura e internacionales, entre otras, el futuro del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Si tomamos en cuenta el hecho de que la inversión pública y privada, nacional y extranjera, desde finales de 2017, entró en una fase de cierto aletargamiento, se entiende que el futuro económico no resulte demasiado alentador, más allá de lo que un nuevo gobierno pueda o no hacer a partir de diciembre.
En otras palabras, existe un desfase evidente entre lo que la sociedad mexicana siente, medido por las encuestas del INEGI, lo que el INEGI mide en materia de comportamiento de la economía en el periodo inmediatamente anterior, y lo que organismos nacionales e internacionales pronostican para el resto del año y 2019. Las expectativas de la gente pueden operar sobre la realidad, a través del comportamiento de los hogares –mayor consumo– y de las empresas –mayor inversión. De allí que no se pueda inferir que la sociedad se equivoca: si piensa que la economía va a mejorar, en ocasiones, en efecto, mejora. Pero también es factible lo contrario: de la misma manera en que la gente no tiene razón en creer que ciertas medidas del nuevo gobierno surtirán determinados efectos, sus sentimientos sobre la economía pueden errarle al blanco por un gran margen. Y a la gente no le gusta equivocarse.