Jorge G. Castañeda
La semana entrante habrá periodo extraordinario de la Cámara de Diputados para aprobar los cambios constitucionales necesarios para crear la llamada Guardia Nacional, de Andrés Manuel López Obrador (también para la nefasta prisión preventiva oficiosa). Si el gobierno y Morena logran reunir los votos necesarios en la Cámara baja, darán un paso importante hacia la militarización de las fuerzas de seguridad del Estado mexicano. Pero no un paso definitivo.
Faltará el Senado, que no está convocado para un periodo extraordinario, por una sencilla razón. Por el momento, López Obrador y Morena no cuentan con los votos suficientes para alcanzar la mayoría calificada. PAN, PRI, PRD y MC cuentan, por ahora, con los 43 senadores necesarios para bloquear el cambio constitucional. Si bien algunos juristas expertos consideran que podría la 4T seguir adelante sin cambiar la Constitución y crear la GN por sus pistolas, esto parece difícil políticamente hablando, al día de hoy. Más bien buscarán cómo conseguir los 5 o 6 senadores faltantes a través de gobernadores, maletines o amenazas, o cualquier combinación de estas viejas y eficaces mañas, que existen en todos los países democráticos del mundo. Pero hoy, no están los votos, y por eso tiene sentido seguir peleando para evitar la bien llamada militarización.
Uno de los argumentos más novedosos que he leído al respecto se encuentra en el ensayo de Víctor Manuel Sánchez Valdés, de la Universidad Autónoma de Coahuila, en la edición digital de la revista Nexos: “Seguridad pública en el mundo: ¿quién está al mando?”. El autor desarrolla dos tesis sencillas y contundentes. La primera es obvia, pero había que fundamentarla con datos duros. El autor revisa las fichas técnicas de Interpol de 200 países (los 193 miembros de la ONU más siete) para determinar el porcentaje de naciones con fuerzas de seguridad bajo mando civil, militar, concurrente, o predominante civil.
Los resultados son esclarecedores. Las dos terceras partes de los países del mundo (134) poseen policías únicamente civiles. Un 8% adicional encierra un esquema sobre todo civil, con algunos elementos militares (discutibles por cierto, como en los casos de Chile, Colombia y Francia, por lo menos). Diecisiete naciones mantienen un sistema híbrido, o concurrente, es decir militar y civil. Sólo 33, o el 16.5%, tiene fuerzas policíacas puramente militares. México se encamina hacia un dispositivo concurrente, si incluimos a las policías municipales y estatales, condenadas con toda razón por AMLO al basurero de la historia, o hacia un esquema puramente militar, si tomamos al pie de la letra su afirmación que ambas no sirven para nada. Vamos contra la tendencia mundial.
La segunda tesis es igualmente interesante. Sánchez Valdés recurre al Democracy Index de The Economist (revista fifí, salvo cuando aplaude a AMLO), para determinar qué tipo de países presentan soluciones militares, y cuáles optan más bien por las civiles. Resulta que los países “civiles” arrojan un índice promedio de democracia de 6.46; los militares, de 3.07. México se encontrará en compañía de ejemplos de democracia como Corea del Norte, Siria, Chad, Yemen, Irán o Nicaragua. Se aleja de los 20 países con las mayores calificaciones del Democracy Index, 18 de los cuales tienen mando totalmente civil.
Ya sé que AMLO, como Peña Nieto o Calderón, no consideran que alinearse con el resto del mundo basta para escoger un camino u otro. Les encanta la parábola del que va por el Periférico solo, con todos los carros en contra, y los insulta por ir en sentido contrario. Prefieren la clásica idiosincrasia mexicana, y el ¡como México no hay dos! Quién sabe qué harán los senadores que le faltan a Morena. Pero gracias al citado ensayo, no podrán alegar su ignorancia de lo que sucede en el mundo como motivo para sumarse a López Obrador, a la militarización de la seguridad y de la sociedad.