Jorge G. Castañeda
Pemex se encuentra en dos vértices de la actividad política de los últimos días. Por un lado, su Chief Financial Officer, Alberto Velázquez García, acompañó al secretario de Hacienda en su roadshow en Nueva York, la semana pasada. Por el otro, la crisis de abasto de gasolina y la supuesta guerra al huachicol pone a Pemex en el centro de un enigma: ¿Qué vino primero, el desabasto o la guerra?
El plan de negocios presentado por Pemex en Nueva York fue rechazado por los inversionistas. El rendimiento del bono de 2027 subió 48 puntos base, lo cual significa que el valor del bono bajó. Pero, sobre todo, varias corredurías filtraron sus impresiones sobre la presentación de Velázquez García, entre otras cosas por las faltas de ortografía en inglés y su propio dominio defectuoso del idioma. Haciendo a un lado las connotaciones clasistas y hasta posiblemente racistas de estas apreciaciones, el reto es mayúsculo.
Un ejemplo del problema del idioma en la presentación escrita de Pemex aparece en la cuarta lámina: “Pemex holds the right to exploit approximately 90% of Mexico’s hydrocarbon proved reserves”. Es un hispanismo; el término correcto, en inglés, es “proven”. No es grave, pero es muy fácil de evitar. Las demás faltas, también. No tiene nada de malo que el CFO de una empresa del tamaño de Pemex no hable inglés correctamente; para eso hay intérpretes. No contrató a ninguno.
Circula en muchos círculos, tanto en México como en Estados Unidos, una versión alternativa de la guerra contra el huachicol. Es, sobre todo, producto de un cambio de secuencia y de factores causales. La hipótesis, que hago mía, es que primero vino la decisión presidencial de suspender las importaciones de petróleo crudo ligero, que se mezcla, sobre todo, en la refinería de Tula, con el pesado mexicano Maya. Por razones ideológicas, anímicas, históricas y ecológicas, López Obrador tomó la decisión a finales de noviembre y principios de diciembre de reducir dramáticamente, como informó The Wall Street Journal, las importaciones de crudo ligero. Se refinaba principalmente en Tula.
Asimismo, por otros motivos, el suministro del aditivo MTB-I o E a la refinería de Salamanca se suspendió también en esas fechas, de tal suerte que, para mediados de diciembre, tanto Tula como Salamanca se encontraban cerradas. Para la tercera semana de diciembre se vislumbraba una situación crítica de desabasto, y fue esa la que provocó la decisión del cierre de ductos y de echarle la culpa de todo al huachicol, o la guerra contra el mismo. Primero vino el desabasto, por razones políticas; después, la decisión de la guerra y el cierre de ductos, improvisada y precipitada. Una vez cerrados los ductos, también se produjo un desabasto de gasolinas, por la dificultad de descargar las entregas en los puertos del Golfo, pero también por una decisión de AMLO. Los medios extranjeros informaron debidamente de la cantidad de buques tanques varados en Tuxpan y Coatzacoalcos.
En esta hipótesis, la guerra contra el huachicol se adelanta como cortina de humo; no por valentía, combate a la corrupción ni nada por el estilo. Se parece mucho a la guerra de Calderón contra el narco: la violencia no provocó la guerra; la guerra provocó la violencia. Aquí, el desabasto provocó la guerra; la guerra no ha sido un costo inevitable y aceptable de la guerra.
De confirmarse esta hipótesis, el fin de la crisis no es inminente. Puede tardar varios días, si no es que semanas. Quizás por ello, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México sugirió –no impuso– un método más eficiente para que cada capitalino se abastezca de gasolina. Los que tengan engomado de verificación de color azul, podrían cargar el lunes; los de amarillo, el martes, los de rosa, el miércoles, y así sucesivamente. Se evitarían colas excesivas, demoras eternas y posibles roces entre consumidores exasperados. En buen castellano, sin anglicismos, esto se llama racionamiento. Existe en Cuba desde los años sesenta, y es mucho más justo que el orden que impone el mercado. No muy eficiente y moderno que digamos.