Jorge G. Castañeda
En estos días en que el PRI cumple 90 años y elige una nueva dirección, y el PAN sigue intentando resolver sus diferencias internas sin analizar las razones de su derrota, está de moda subrayar la falta de contrapesos frente al tsunami de Morena. También abundan las críticas, burlas o denostaciones a los esfuerzos de crearlos, como el que se identifica con Javier Corral. Detrás de estos análisis, subyace un problema mayor, en ocasiones responsabilidad de los autores de los lamentos o denuncias.
Primero, el caso del esfuerzo identificado con Corral. Se cometieron errores menores de timing y de ventaneos, pero entre la parálisis y la acción, prefiero la segunda. Mi propio alejamiento no es por falta de simpatía o acuerdo; simplemente creo que mientras no se sume Enrique Alfaro al proyecto, el intento se parece demasiado a un apoyo prematuro a la candidatura presidencial de Corral para el 2024. Es un esfuerzo loable, con todos los defectos que se quiera.
Sobre todo, no veo los otros esfuerzos de crear contrapesos. Firmé, junto con muchos otros un texto de Mexicanos Unidos Contra la Delincuencia, sobre el derecho a disentir. He participado en otras reuniones. Pero la verdad, en los estamentos donde uno podría esperar cierta reacción, vemos prudencia, paciencia o postración.
La clase política primero. Vive sus propios problemas, desde luego, y de una derrota como la de julio no se levanta nadie de la noche a la mañana. Pero de allí al grado de ensimismamiento (bien descrito por Carlos Puig en Milenio, a propósito del PRI), de silencio o pasividad, y de falta de respuesta al gobierno, resulta difícil de creer. Empecemos por algo sencillito. En cualquier país democrático del mundo, si el Jefe de Estado pronuncia una larga intervención cada mañana (como dice Salvador Camarena, rueda de prensa no es), lo mínimo que puede exigir la oposición es un derecho de réplica, con la misma exposición en medios que el Presidente. Los cuatro partidos opositores podrían ponerse de acuerdo para turnarse todos los días y responderle a López Obrador, con una postura común ante alguna de las barbaridades que dice cada mañana, y exigirle a los medios la misma cobertura. Huelga decir que ni la oposición lo va a hacer, ni los medios lo permitirían, ya ni hablemos del gobierno que inmediatamente le señalaría a los dueños de los medios que no es una buena idea.
La clase empresarial mexicana, por su parte, ha dado una buena cantidad de bandazos desde el 1 de julio. Arrancó con unos videos que no merecen mayor comentario, para transitar entre críticas más o menos explícitas a ciertas decisiones del gobierno (la cancelación del aeropuerto, por ejemplo), a eventos más o menos abyectos, como el del CCE hace unos días. Abundan los rumores sobre la decisión de algunos empresarios de financiar medios y otros focos de resistencia a la 4T, pero la corroboración de dichas versiones brilla por su ausencia. Lo que no falta son los datos que muestran que a pesar de todos los besamanos, reverencias y supuestos compromisos, la clase empresarial ha congelado inversiones, y ha retirado capital del país. Tiene razón en ambos casos, pero el contraste con sus posturas públicas es difícil de tragar.
Por último, la comentocracia, aunque podría hablar también de la tecnocracia mexicana, pero me falta espacio y estómago. Numerosos columnistas, intelectuales, analistas y comentaristas han señalado las mentiras, las amenazas y los peligros de la 4T. Algunos han empezado a padecer repercusiones negativas por sus posturas. Muchos otros han preferido callar sus desacuerdos, considerando que no sirve de nada oponerse por ahora, y que las consecuencias personales pueden ser significativas. Y desde luego, hay muchos comentócratas que sinceramente concuerdan con las políticas del gobierno, aunque contradigan sus valores o posiciones de antes. Se vale.
Pero entre los críticos, lo prevalente es el individualismo. Nadie quiere juntarse con nadie. No es el momento; nos van a identificar, confundir, balconear, castigar. Hay que esperar. No están dadas las condiciones.
No estoy de acuerdo, pero reconozco que mi sentimiento es no sólo minoritario, sino contracorriente. La intelectualidad mexicana es precisamente eso: mexicana. Es decir, individualista, cuidadosa, renuente al conflicto y a la acción colectiva, y al final, acostumbrada al “business as usual”. No sé si sea el caso, con la 4T.