Siempre he pensado que más allá de su éxito político y electoral, López Obrador tiende a apelar a lo peor de la sociedad mexicana. Evoca de manera constante el resentimiento, el pensamiento mágico, el orgullo patriotero balín (“como México no hay dos”), la aversión al riesgo. Pero nunca había llegado a los extremos que hemos visto en los últimos días, a propósito de la crisis del coronavirus.
Lo digo repitiendo que no necesariamente discrepo de su postura fisiócrata o decimonónica, como dijo Carlos Elizondo: laissez faire, laissez passer. En una de esas, acierta en su apuesta de que el virus le hará menos daño a México que a otros países, y que dentro del caos que es su gobierno, es preferible cuidar los estragos económicos que las alarmas médicas.
Pero en lo que no acertará será en su empeño por perseverar en confundir, engañar, desorientar y manipular a la sociedad mexicana, recurriendo a los peores vicios de la misma. Me referiré solo a dos casos, pero podrían ser muchos más.
Ilustración: Víctor Solís
En el video de desayuno en Oaxaca —que según algunos ya no figura en la página de Presidencia— López Obrador afirma que gracias a “nuestras culturas milenarias” el pueblo de México es capaz de superar cualquier adversidad. Para empezar, habría que definir qué entiende por “pueblo de México”. Si se refiere a los pueblos originarios que habitaban los territorios que hoy llamamos México, no sólo no fueron capaces de superar cualquier adversidad, sino que fueron devastados por las enfermedades que vinieron… de fuera, como el coronavirus. El 90% de la población, según la “leyenda negra”, murió a manos de las enfermedades españolas, no de los conquistadores mismos. Y la extrema vulnerabilidad de dichos pueblos originarios provenía de sus características insulares, de aislamiento, de escaso o nulo contacto con el mundo exterior. En materia epidemiológica, las culturas eran como los amuletos de AMLO: no sirvieron de nada.
Si nos vamos a la influenza de 1918, sucede lo mismo. Del famoso millón de muertos de la revolución, por lo menos la tercera parte, si no es que la mitad, fue ocasionada por la misma enfermedad que mató a millones de personas en el mundo entero. La sociedad mexicana, al igual que en el siglo XVI, quizás era más vulnerable: siete años de luchas, tomas de tierra, ejecuciones, ejércitos nómadas, poblaciones desplazadas y cosechas perdidas. superaron con creces el supuesto escudo de “las culturas milenarias”.
Si no bastara este ejemplo, como los hermanos Marx, tengo otro. Según Salvador García Soto, en una reunión de gabinete la semana pasada, un participante no identificado señaló que “la raza mexicana es más resistente al virus que la europea, debido al mestizaje y al genoma mexicano”. Imaginemos que en una reunión de gabinete en Bélgica, el Ministro de Cultura (por decir algo), tomara la palabra y dijera que en Bélgica la raza blanca –flamenca y valona– había resultado más resistente al virus que los inmigrantes árabes o subsaharianos, gracias a la pureza étnica de dicha raza. El primer ministro lo hubiera despedido en el acto, y el gobierno no se hubiera acabado el escándalo. En México, no pasa de un chisme en una columna. Sólo son racistas los gringos y los criollos; el heroico pueblo mexicano, jamás.
¿Por qué? Porque mucha gente cree semejantes idioteces. Una parte de la sociedad mexicana cree en la “raza de bronce”, o en la “raza cósmica” de Vasconcelos. Cree que el virus lo trajeron los fifís, y que sólo les da a ellos. López Obrador refuerza esas creencias primitivas, atávicas, en lugar de desmentirlas. Trata de subrayar la peregrina idea de la singularidad de la sociedad mexicana, cuando si algo esta demostrando la pandemia, es la enorme semejanza de todos los países del mundo.