Si sumamos la última ofensiva contra el capítulo de hidrocarburos de la reforma energética a la Ley de la Industria Eléctrica y a la embestida contra el INE, podemos comenzar a formarnos una idea de cómo ve el gobierno el panorama electoral. A dos meses de las elecciones de medio periodo, quince gubernaturas y cientos de presidencias municipales, podría extrañar un frenesí legislativo como el que estamos viendo, así como los nuevos ataques a los otros poderes, autónomos o formalmente constituidos. En realidad hay una lógica en esto, y muchos ya la han detectado. Aquí va una hipótesis más, en el mismo sentido que otras.
A diferencia de lo que piensan varios analistas y encuestadores, yo sigo pensando que Morena va a perder la mayoría constitucional (o calificada) en la Cámara de Diputados y que el gobierno lo sabe. Más aún, existe el temor en círculos oficiales de que puedan quedarse sin mayoría simple (251 diputados). Saben también que sólo un mandato de las urnas puede quebrar el Bloque de contención en el Senado, que hasta ahora ha resistido todos los embates, embutes y cantos de sirena. Ese mandato no existirá, si la votación no favorece ampliamente a AMLO.
Ilustración: Víctor Solís
Con la ofensiva contra “los malos de la pélicula”, es decir, el INE, las empresas “fifí” que producen o compran energía renovables y ahora las gasolineras extranjeras y las multinacionales con inversiones en ductos, almacenamiento e incluso bloques de exploración, el gobierno ubica la elección de una determinada manera. Sí como un referéndum, pero no tanto sobre AMLO. Se trata más bien de una disyuntiva diferente: a favor o en contra del “pueblo” dueño de los recursos naturales (incluyendo el litio), de la electricidad (López Mateos dixit) y de la soberanía electoral (como en Guerrero) versus todos los demás (las empresas españolas, Femsa, Bimbo, Exxon y BP, el INE, etc.). López Obrador probablemente cree que “el pueblo” apoyó masivamente al General Cárdenas en 1938 (no disponemos de datos más que anecdóticos para saberlo), a Adolfo López Mateos en 1960 (imposible corroborarlo) o incluso a López Portillo en 1982 con la banca. ¿Como no lo apoyaría a él ahora, con la batalla heroica de los Oxxo o del “oro blanco”? No creo que todos estos engaños funcionen, pero se entiende que el gobierno sí lo piense.
Ahora bien, existe una segunda poderosa razón para acelerar el paso. Dentro del gobierno de Biden, se lleva a cabo una discusión abstracta, no operativa por ahora, sobre si la Casa Blanca debe lanzarse a la batalla de los energéticos. Unos sostienen que para López Obrador el tema es tan prioritario, ideológico y arraigado, que no existe posibilidad alguna de convencerlo de que rectifique. Mejor dejar que las empresas estadunidenses y canadienses afectadas por sus decretos y leyes, o en su caso cambios constitucionales, peleen dentro de los cauces del T-Mec, y que el gobierno de Washington se haga medio de la vista gorda.
Otros consideran que esa postura es insostenible, porque al final, las violaciones al T-Mec son responsabilidad del Estado que las comete, y del Estado que las padece. No puede el gobierno norteamericano considerar que no es una parte afectada, ni debe hacerlo, ya que debilitaría sus posturas frente a otros gobiernos con el que tiene o tendrá diferendos comerciales y jurídicos.
Sin embargo, por ahora este debate es ocioso. El único tema en la agenda con México es el migratorio, y mientras no disminuya el flujo de menores centroamericanos no acompañados, familias de la misma región, y varones mexicanos solteros, junto con la campaña mediática sobre el tema, el único punto en la agenda seguirá siendo el migratorio.
AMLO, con su legendario olfato político, lo entiende bien. Sabe que, por ahora, puede hacer más o menos lo que quiera con Washington, pero que la ventana no durará eternamente. Los medios se aburren, el verano —cuando cae el flujo por el calor— se acerca, y en algún momento Biden deberá tomar partido entre sus colaboradores que buscan la confrontación sobre energéticos y cambio climático, y los que no. Mejor aprovechar el momento.
Biden no ha comprendido lo que está en juego en México. López Obrador lo sabe. Por ahora, todos los esfuerzos que algunos hemos hecho para aclararle a Washington la naturaleza de la partida han sido insuficientes. Por eso AMLO tiene prisa, y tiene razón.