La toma de posición de cuatro expresidentes del PRI en el periódico Reforma sobre la modificación constitucional en materia energética propuesta por el gobierno marca un hito en la historia de ese partido. Manlio Beltrones, Joaquín Coldwell, Dulce María Sauri y Enrique Ochoa: todos se manifestaron en contra de la reforma de López Obrador. Todos se oponen a siquiera negociarla. Y todos creen que el PRI debe oponerse a ella en el Congreso.
Ilustración: Adrián Pérezhttps://fd1286155ccfe587eacd0b8c6cc6851b.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-38/html/container.html
Para un partido que se ha caracterizado desde hace décadas por la ambigüedad de sus posturas y por la falta de compromiso de sus líderes antes de recibir “línea”, se trata de un acto de valentía, de congruencia y de audacia, tanto hacia adentro del PRI como hacia afuera. Digo que es un acto de valentía porque algunos de estos priistas han sido objeto de acusaciones más o menos veladas de parte de la Fiscalía y la presidencia. De congruencia, porque o bien votaron a favor o lideraron la aprobación de la reforma de Peña Nieto, o bien la pusieron en práctica desde el gobierno. Y de audacia porque, como sabios políticos que son, estos priistas tienen plena conciencia de que tratar de influir en —algunos dirían presionar a— la dirección del partido —algunos dirían al jefe del partido— es algo que no se acostumbra, pero al mismo tiempo se vuelve factible e indispensable.
El PRI es la bisagra de esta reforma morenista y de las que siguen. La reforma electoral es necesariamente negociable, y la de la Guardia Nacional pasará probablemente por unanimidad: ningún partido se atreve a votar contra las fuerzas armadas. Pero la energética es la madre de las reformas de la 4T y, al mismo tiempo, la más controvertida para el PRI. Los senadores priistas dan la impresión de encontrarse unidos para votar en contra de la reforma si esta llega a su cámara, pero le rezan todos los días a la Virgen de Guadalupe que no llegue. Los diputados del PRI saben que si un número pequeño de legisladores —dieciséis, para ser exactos— se opone, la reforma de López Obrador no pasa. Pero también saben que su líder desea una votación monolítica, y que una división efectivamente debilitaría al PRI en las negociaciones por venir. En ese dilema y desorden vienen a definirse los ex-jerarcas.
Todos los factores de influencia —clase política, empresarios, intelectuales, organizaciones de la sociedad civil— se encuentran ante una disyuntiva difícil de cuadrar. Presionar al PRI puede llevar a su joven dirigente a exasperarse bajo la presión e irse con López Obrador por despecho. No hacerlo es dejar a Alejandro Moreno solo con AMLO, sin sentir las consecuencias actuales y futuras del acercamiento, o alineamiento. Parece que los cuatro ex líderes optaron por la primera opción —actuar a la luz del día— y no por la segunda —en lo oscurito, a la antigüita. Habla bien de ellos.
Si los dirigentes de hoy siguen esa misma orientación, hablará bien de ellos también. El PRI perdió hace muchas décadas su conexión con la intelligentsia del país. No la pudo recuperar ni en su reencarnación como Morena. Votar con el gobierno terminará por sepultar no necesariamente al PRI, pero sin duda a cualquier vínculo con la intelectualidad del país, valga lo que valga. Ojalá todos los interlocutores del PRI en la sociedad, en la comentocracia, en el empresariado, en la iglesia y la academia, sean tan claros y contundentes como sus ex jefes.