Mis reflexiones o puntadas sobre la visita de Andres Manuel López Obrador a Washington suscitaron algunas reacciones de gente cercana a la 4T que merecen comentario. Primero, sobre lo que sucedió allá; segundo, sobre lo que dije al respecto.
Ilustración: Patricio Betteo
Sugerí que dispusimos de mucha información —cuya veracidad se encuentra en parte cuestionada por ser de quien es: el propio AMLO— sobre lo que dijo el mexicano, pero muy poco sobre lo que dijo Joe Biden. Esto vale tanto para la reunión bilateral como para la parte privada de la trilateral con Justin Trudeau. Dí a entender que era muy posible que Biden no hubiera tratado temas espinosos con López Obrador para evitar cualquier incomodidad que indujera al presidente de México a recortar su cooperación con Estados Unidos en lo que a ellos más les importa: que México haga su trabajo sucio en materia migratoria. Pero también insinué que las presiones sobre Biden para que tocara dichos temas espinosos iban intensificándose. Por otra parte, la versión oficial mexicana del encuentro parecía absurda: como si AMLO hubiera hablado todo el tiempo y Biden no hubiera dicho nada.
Hoy sabemos un poco más, y lo que sabemos va en el sentido de lo que vaticinamos. Según Reforma, el Subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental declaró el 18 de noviembre que Biden y Trudeau sí plantearon el tema de la democracia en Cuba y Nicaragua durante la reunión y que AMLO respondió con sus acostumbradas banalidades o lugares comunes sobre la no intervención. Difícil saber el desenlace del intercambio, pero quedó sembrada la petición.
Lo mismo parece haber acontecido con la energía. De acuerdo con la respuesta dada por el vocero del Departamento de Estado al corresponsal de Reforma —más profesional que la inmensa mayoría de sus colegas—, Biden le “comunicó a México sus preocupaciones sobre las políticas de AMLO que favorecen a las energías sucias versus las renovables.” Además, le compartió su opinión sobre la importancia de la inversión privada para alcanzar las metas que México se ha fijado dentro de los Acuerdos de París en materia de reducción de emisiones de carbono.
Por último, hoy mismo la Casa Blanca filtró que la próxima semana entrará en vigor de nuevo el odioso programa de Remain in Mexico, o “Quédate en México”, debido al cual decenas de miles de solicitantes de asilo a Estados Unidos debieron esperar su audiencia en México y en condiciones deplorables desde todos los puntos de vista. No es posible que Biden no le haya comunicado esta decisión a López Obrador hace una semana y que el mexicano no haya dado su beneplácito junto con unos cuantos taparrabos para taparle el ojo al macho. A partir del primero de diciembre, volverán a aglutinarse decenas de miles de centroamericanos, haitianos, cubanos, venezolanos, ecuatorianos y brasileños en la frontera norte de México, y AMLO lo supo y no se opuso. Ya vemos que no fue todo miel sobre hojuelas.
Sobre un tema más de fondo —a saber: pedir que Biden le presente a AMLO una serie de reclamos y que lo haga de manera pública—no es pedir intervencionsimo ni mucho menos. México cedió voluntariamente parte de su soberanía al firmar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC), la Convención Americana de Derechos Humanos, la Carta Democrática Interamericana, el Acuerdo de Libre Comercio con la Unión Europea y varias convenciones internacionales más. Estados Unidos también, unas con México, otras con todos. Así como México y Trudeau le exigen públicamente a Biden que descarte el impuesto a la importación de autos eléctricos procedentes de México o Canadá (o el subsidio a productores estadounidenses), se vale pedirle a Biden que le pida lo equivalente a López Obrador. Debe respetar el TMEC en materia de inversiones, de energía, de agricultura, de propiedad intelectual y de estado de derecho. Debe respetar los convenios suscritos por México en materia de democracia y derechos humanos, trátese de Cuba o de Timbuctú. Y debe poner en práctica las políticas públicas que permitan que el país cumpla con las metas de París. Es correcto que nosotros le exijamos todo esto a Estados Unidos, y que ellos nos lo exijan a nosotros.
Nadie obligó a México a suscribir todos estos compromisos. López Obrador no puede argumentar que son de antes: Glasgow y el TMEC son de su año, y de su daño. Pedir que Biden y Trudeau —y la Unión Europea, y el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, y la Organización de Estados Americanos— le exijan a México el cumplimiento de sus compromisos no es pedir la intervención de quien sea. Es recurrir al ancla que muchos buscamos —y que es la ley en México— para que no sucumbiéramos ante nuestros viejos demonios, como decía Felipe González a propósito de los suyos: los españoles.