No suelo converger con Carlos Marín en asuntos de política exterior, que además él no siempre sigue con la atención que le dedica a otros temas. Pero en esta ocasión debo reconocer que estoy totalmente de acuerdo con la crítica que Marin hace al actual gobierno por meterse a los debates en curso en Perú a propósito del régimen de Pedro Castillo.
Ilustración: Patricio Betteo
Así mismo, Carlos Puig también tiene razón al preguntarse qué significa que Andrés Manuel López Obrador vaya a vigilar, cabildear y tratar de castigar a los legisladores estadunidenses que no voten a favor de la reforma migratoria de Bob Menedez y Linda Sánchez (una reforma que cuenta con el apoyo de Joe Biden, pero que no es de Biden). En ambos casos —Perú y Estados Unidos— es evidente que López Obrador está tratando de influir en lo que sucede en esos países. En Perú, defendiendo al gobierno de Castillo; en Estados Unidos, apoyando una reforma migratoria que le conviene a México, sin duda, pero que desde 2004 se volvió de nuevo un asunto interno de Estados Unidos.
Lo criticable de esta postura del gobierno mexicano, no es el “intervencionismo”. En todos los países serios del mundo, la política interna se ha internacionalizado. Una enorme cantidad de gobiernos opina sobre lo que sucede en otros países, unilateral o multilateralmente; incluso toman partido abiertamente en una elección u otra, según la importancia de lo que está en juego y la pertinencia de ese país para el gobierno interesado. No he seguido con detalle qué gobiernos apoyan al candidato Gabriel Boric en Chile, pero no me extrañaría que varios países de Europa y América Latina se hayan manifestado abiertamente a favor del candidato de izquierda, de la misma manera que se puede suponer que presidentes como Jair Bolsonaro o expresidentes como Donald Trump respalden al candidato de extrema derecha, José Antonio Kast.
Lo criticable, entonces, no es intervenir, sino hacerlo de la manera tan hipócrita como lo hace López Obrador, que es la misma forma en la que lo hace prácticamente en todo: de manera vergonzante, mentirosa e ignorante. Hipócrita porque se la pasa argumentando que México ha vuelto al sacrosanto y anacrónico principio de no-intervención (el cual nunca aplicamos de manera irrestricta o sistemática), y que por lo tanto no opinamos sobre lo que sucede en Cuba, en Nicaragua o en Venezuela. Ah, pero si se trata de un gobierno bolivariano afín a la 4T, sí opinamos; y no solo eso, apoyamos abiertamente, en su caso con recursos y asesoría a cualquiera que se encuentre en esa situación. Mentiroso porque no queda claro que lo que le está sucediendo al gobierno de Castillo en Perú sea producto de todo lo que López Obrador dice.
Todo sugiere que Castillo —que apenas recibió 18 % del voto en la primera vuelta, conviene recordarlo— no tiene la menor idea de lo que está haciendo. Ha nombrado a dos primeros ministros, ha cambiado a buena parte de su gabinete hasta tres veces; cambia de parecer sobre las mineras y la política económica cada par de semanas; y ha enajenado a un sector importante de los congresistas de centro, que son los que decidirán su destino ahora más adelante. López Obrador parece no recordar —o simplemente no sabe y nadie en la Cancillería se lo explicó— que han caído varios presidentes en el Perú por el mecanismo de institucional de destitución, en un régimen semiparlamentario y semipresidencial, donde además todos los presidentes pierden popularidad de manera vertiginosa, llegando a niveles en ocasiones ridículos.
Por último, la actitud de López Obrador es profundamente ignorante. En el caso de Estados Unidos, sigue pensando que pronto se dará una votación sobre la reforma migratoria. Lo que no le han dicho sus colaboradores es que esta sería la cuarta vez desde 2004 en que se intenta algo por el estilo en Estados Unidos, pero que el tema nunca ha llegado a una votación completa en ambas cámaras. Todo parece indicar que en esta ocasión tampoco lo hará. La iniciativa de ley de Menendez y Sanchez está atorada. No camina.
En el proyecto Build Back Better —la principal iniciativa legislativa de Biden— de 1900 millones de dólares que ya fue aprobado por la Cámara de Diputados, hay disposiciones que podrían legalizar por un tiempo hasta a cuatro millones de indocumentados, la mitad de los cuales serían mexicanos. Pero el Build Back Better no ha sido aprobado en el senado. Es muy factible que, por usarse el método de reconcilliation, la encargada parlamentaria del senado decida que las disposiciones migratorias no pertenecen al ámbito de los temas presupuestales que pueden ser aprobados mayoría simple de 51 versus 49 y que no requieren de que sesenta senadores voten a favor.
Así, la amenaza de López Obrador a Estados Unidos —a saber: vigilar quién vota de qué manera y llamar a los mexicano-americanos a votar a favor de los congresistas que apoyen la reforma migratoria y en contra de los que se opongan a ella, o si nadie la apoya también de pedirle a los paisanos que no voten por nadie— es absurda. Lo más probable en el futuro cercano es que no se vote ni se apruebe ninguna reforma migratoria en ambas cámaras. López Obrador saca raja en México ante la ignorancia de la gente en estos temas —perfectamente lógica— pero nunca se va a concretar su idea de intervenir en la política interna de Estados Unidos.
Yo siempre he estado de acuerdo en que México debe actuar de manera vigorosa, inteligente, con apego a ciertos valores, dentro de países que son importantes para nosotros. Lo del Perú y lo de Estados Unidos no me parecen mal por principio; al contrario, al que debieran de parecerle mal es a López Obrador. Pero me parece mal una postura que descansa en premisas falsas y que es, sobre todo y como ya dije, hipócrita, mentirosa e ignorante.