Todo el gobierno de la 4T se ha caracterizado por declaraciones esporádicas que asombran por su estulticia o irresponsabilidad. Desde el presidente —“Con los detentes alcanza para combatir el covid”— hasta el secretario de Salud —“Yo no vacunaría a mis nietos”— la cantidad de barbaridades que unos y otros nos han ofrecido hacen palidecer a sexenios anteriores que no cantaban mal las rancheras. En el ranking de medallas resulta difícil clasificar a todos, pero tengo la impresión que la última del secretario Alcocer se lleva las palmas, la medalla de oro, y orejas y rabo, todas juntas.
Ante una pregunta en la mañanera sobre salud mental, el titular de la dependencia respondió: “Desde 2019 tomamos una iniciativa […] de hacer una transformación de la salud mental […] Ya no hay hospitales psiquiátricos. Voy a tomar esta situación como una decisión que no sólo es México, es una decisión […] que un individuo con alteraciones de salud mental […] requiere una atención integral desde la familia…”. Supongo que sugería que esto venía desde tiempo atrás, que es el caso en otros países, y que se trata de una política consciente y deliberada del gobierno de López Obrador.
Desde Charcot, Freud, la Historia de la Locura de Michel Foucault y Jack Nicholson en One Flew Over the Cuckoo’s Nest de Milos Forman, sabemos que los recintos de atención a la salud mental son motivo de controversia. Los “loqueros” argentinos o la Castañeda de mi tocayo en Mixcoac son tantos más ejemplos de sitios que pueden ser vistos como instituciones cuestionables. Y la obviedad de que todo trastorno psicológico posee un origen en la familia y el entorno se acompaña de otra verdad de Perogrullo: el tratamiento de las enfermedades psíquicas en hospitales no es una panacea, y la historia del éxito es breve y convulsa.
Pero de allí a desaparecer los hospitales psiquiátricos por decisión oficial, sin siquiera acondicionar secciones en otros nosocomios, hay un enorme trecho. Hasta nueva orden, en todas las sociedades, incluso en el México paradisíaco de la 4T, hay enfermedades mentales. Se necesitan espacios para atenderlas, si no curarlas. En muchos casos, la familia es más bien el problema y no la solución. En un país donde un tercio de los hogares los encabezan madres solteras, donde la violencia intrafamiliar es generalizada y donde la disponibilidad de medicamentos y médicos calificados para personas con padecimientos claros es limitada, es una verdadera locura cerrar los hospitales psiquiátricos. Como bien escribió Paco Calderón en Reforma, si creemos que no hay personas con problemas psiquiátricos en México, basta con mirar el comportamiento del jefe de Alcocer para convencerse de lo contrario.