Existen en mi mente tres preguntas interesantes sobre la decisión de Estados Unidos y de Canadá de abrir el proceso de solución de disputas por violaciones mexicanas a una serie de artículos del T-MEC. La primera versa sobre si Biden le avisó a López Obrador en Washington de lo que venía (algunos funcionarios del área cultural de la 4T utilizarían términos más precisos: doblada). La segunda se refiere a Ottawa: ¿se pusieron de acuerdo los dos socios de México para actuar juntos, o así se dio la simultaneidad espontáneamente? Y la tercera, la más importante, es si AMLO no entendió lo que su negociador, Jesús Seade, le explicó en agosto-septiembre de 2019 sobre el capítulo de energía (Capítulo 8) del T-MEC, sus cambios, y la incidencia (o no) de los mismos en los llamados capítulos transversales (Capítulos 2, 14 y 22, entre otros), o si Seade engañó a su jefe.
Sobre el intercambio en Washington, la cortesía diplomática señalaría que, si la decisión de USTR de notificar a México de la apertura del plazo de consultas de 30 días ya estaba tomada, Biden debiera haberle avisado a su homólogo, aunque fuera al final de sus conversaciones. Ciertamente, los norteamericanos ya estaban hartos de tantas advertencias, insistencias, ruegos, viajes e intercambios sobre el tema energético en el T-MEC. Y sin duda adelantarle algo a los mexicanos entrañaba el peligro de alguna reacción pública de los mismos, echando a perder la supuesta cordialidad de la visita. Pero no decir nada, siendo más cómodo, viola el principio no escrito de “cero sorpresas entre amigos” y no es precisamente un gesto amistoso, sobre todo cuando el tiempo entre una cosa y otra fue sumamente breve. A menos de que los norteamericanos hayan tenido ya todo preparado para pedir las consultas, pero quisieron darle una última oportunidad a AMLO para que desistiera de sus locuras. No lo hizo y vino la declaración de guerra. Ojalá los medios mexicanos hagan su chamba y averigüen si Biden le dijo agua va a López Obrador.
Segunda disyuntiva: Washington y Ottawa se pusieron de acuerdo para presentar sus respectivas solicitudes de consultas (son dos solicitudes separadas) en días consecutivos, o cada quien llegó a la misma conclusión y decisión por su cuenta. Por un lado, es público que se trata de dos actos diferentes, por dos gobiernos distintos, no de una misma gestión. Lo que parece algo inverosímil es que las dos capitales no hayan compartido sus intenciones, sus estados de ánimo, sus decisiones antes de divulgarlas. Me extrañaría, conociendo un poco la relación entre los dos países, y entre estos dos gobiernos en particular, que no haya habido un intercambio de información entre ellos previo a los anuncios correspondientes. En cuyo caso, aunque no nos dé miedo, habría que aceptar que le echaron montón al Peje (no a México: este es su pleito). Sólo falta que la Unión Europea haga lo propio y que nos orine un perro.
El problema de fondo es el de esos días de verano de 2019. Seade recibió instrucciones de eliminar el borrador del Capítulo 8 negociado por el equipo de Ildefonso Guajardo y Luis Videgaray, quienes lo dejaron hacer lo que quisiera con Robert Lighthizer, el negociador de Estados Unidos. Logró sustituir el contenido anterior, enfocado sobre todo a cooperación y asuntos más bien filosóficos, por un par de párrafos que son meros saludos a la bandera: el petróleo es de los mexicanos (ya lo era: no sirve de nada reiterarlo) y México puede cambiar su Constitución y sus leyes (como todos los países, pero reparando los daños, si los hay; también puede salirse del tratado).
Pero Seade no cambió —ni trató de cambiar, ni hubiera podido cambiar— los artículos transversales sobre Acceso a Mercado, Inversiones, y Empresas Propiedad del Estado, así como el compromiso de México de no otorgarle a Estados Unidos y Canadá un trato en materia de energía menos favorable al que otorgó a la Unión Europea o al CPTPP, el sucesor del TPP. Por ejemplo, no intentó incluir un apartado en cada uno de esos capítulos afirmando que sus disposiciones no —repito: no— se aplicarían a hidrocarburos o electricidad. ¿Le explicó esto al presidente electo?
No sabemos si Seade habló con eufemismos, optimismo beato o vil engaño, o si sucedió algo peor. Es bien conocida la aversión de López Obrador a leer, estudiar o escuchar informes sobre temas complejos, abstractos y que requieren cierta concentración. No sabemos, de nuevo, si esto se debe a que no le importan ese tipo de temas, o si la cabeza simplemente no le da para comprenderlos. El hecho es que hoy nos encontramos en un mega brete, donde llevamos todas las de perder en el mediano plazo (al cabo de los 75 días), en el largo plazo, cuando la revisión del T-MEC en 2026, y en el corto plazo. En este último, las señales a los inversionistas de todos los países son demoledoras.