En este mes de noviembre tuvieron lugar tres cumbres de gran importancia y de las cuales México es miembro, y ha participado a nivel de Jefe de Estado desde hace muchos años. La primera fue la COP27 en Sharm el Sheij, a la que, entre otros, acudieron los presidentes Biden, Macron, Alberto Fernández y los jefes de Gobierno de la mayoría de los países europeos, de Japón y de Canadá. También se presentó Lula, como presidente electo de Brasil. Obviamente López Obrador no fue. En segundo lugar, se celebró la cumbre del G20 en Bali, Indonesia, reunión a la cual asistieron, entre otros, Biden, Xi Jingping; Trudeau, de Canadá; Macron, de nuevo; y prácticamente todos los demás miembros de la agrupación con la excepción de Putin y de Bolsonaro. ¡Ah! y de uno más: López Obrador. El tercer cónclave de este nivel, el de APEC, se celebra hoy mismo en Tailandia; ahí no acudirá Biden, pero sí la vicepresidenta Kamala Harris y Xi Jingping, los primeros ministros de Japón, Australia, Canadá, el presidente de Chile y varios más de distintos países de Asia. Huelga decir que aquí tampoco acudirá López Obrador.
Se podría decir que el presidente mexicano nos advirtió desde el primer día de su mandato que no pensaba viajar, en todo caso, mientras no resolviera los problemas internos de México. Obviamente no los ha resuelto, ni los va a resolver. Por lo tanto, podemos suponer que no asistirá a ninguna de estas cumbres salvo si se llevan a cabo en México, como la de la Alianza del Pacífico a fin de mes. Es evidente también, como ya lo hemos señalado varias veces, que si México no acude a las cumbres y no visita las capitales, los otros líderes que sí asisten a las cumbres no visitarán nuestro país porque las relaciones internacionales se gobiernan en buena medida por el principio de reciprocidad.
A dos semanas de cumplirse cuatro años del mandato de López Obrador, sabemos que no nos han visitado en México ni Biden, ni Trudeau, ni Xi Jinping, ni el primer ministro de Japón, ni el presidente de Brasil, ni de Francia, ni el primer ministro holandés, belga, italiano, sueco, noruego, inglés o alemán, pero tampoco el de la India o el presidente de Sudáfrica; prácticamente nadie. Ha venido Alberto Fernández, el argentino, a cada rato, porque no tiene muchas otras cosas que hacer; Evo Morales, que ya no es presidente y tampoco tiene mucho que hacer en la vida; y el cubano, que sí tiene mucho que hacer, a saber, reprimir a su pueblo.
Pero una reflexión adicional sobre esto podría descansar en una premisa evidente. Durante cuatro años, los principales funcionarios encargados de la política exterior del país, a saber, el secretario de Relaciones Exteriores, los dos principales subsecretarios que ha habido —una sucediendo a otro—, el embajador de México en Washington, y el embajador de México ante la ONU, han sido incapaces de convencer a López Obrador de la necesidad de acudir a las cumbres, visitar las capitales, y de mantener una relación de igualdad y de reciprocidad con sus pares. Cuatro años es mucho para no convencer a alguien de algo tan obvio.
Entonces, existen dos posibles explicaciones de esta incapacidad o incompetencia. La primera es que no lo han intentado, por miedo a que los contradiga o a quedar mal con él, a sabiendas de que probablemente no logren persuadirlo, o que puedan caer en desgracia si lo intentan. La otra explicación es que lo han intentado y no lo han logrado, lo cual tampoco habla demasiado bien de su capacidad persuasiva, o de la elocuencia y sustancia de sus argumentos, o de su cercanía y confianza con el personaje.
Nadie se ha muerto de no acudir a una cumbre. En el fondo, tampoco pasa nada si un país decide elegir por un tiempo a un presidente anacoreta o en el fondo misántropo, que se niega a reunirse con sus pares porque sólo le gusta juntarse con sus súbditos y esos, por definición, se encuentran todos en su país. Pero sería interesante, en algún momento, quizás cuando termine el sexenio o durante la campaña de 2024, que a los candidatos que busquen la Presidencia, o a quien gane en junio de ese año, se les preguntara si piensan ellos seguir con el mismo complejo de inferioridad y de miedo de López Obrador o si, al contrario, piensan asumir la parte de responsabilidad correspondiente a la política exterior para la cual fueron electos.
Mientras, esto va confirmando cada vez más la transformación del país bajo el gobierno de la 4T en una república bananera. Aunque, conviene recordarlo, muchos bananeros sí viajaban, aunque sólo fuera para pasearse o vender plátanos.