Ya hasta en la Secretaría de Hacienda se arden cuando les salen mal las cosas, pero obviamente no se preguntan por qué salen mal. El comunicado de ayer de la SHCP sobre la derrota aplastante de su candidato a la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo es casi igual a la reacción de López Obrador ante la marcha del 13 de noviembre: ardidos, resentidos, vengativos. Es un comunicado indigno del titular de la Secretaría y de la institución misma. Claro que hay más de lo mismo en el BID: de eso se trata; a saber, mantener la continuidad y la institucionalidad de un organismo que se ha caracterizado en buena medida por eso, desde su creación desde hace más de medio siglo. En lo que debieran fijarse los de SHCP y SRE es por qué todo salió tan mal.
El fiasco comienza con la candidatura de Alicia Bárcena, presentada a un par de días después de que fuera destituido el anterior director, el cubano-norteamericano Mauricio Claver-Carone. Dicha candidatura, hasta donde he podido entender, fue lanzada por López Obrador sin consultar seriamente con la persona en cuestión, sin que jamás se hubiera enviado la carta formalizando la candidatura al BID, y sin haber conversado antes ni con Estados Unidos, ni con Argentina, ni con Chile, ni con otros países, salvo Bolivia. Cuando la candidatura se hizo pública y el nombre circuló en Washington, resultó evidente que Bárcena, independientemente de sus otras excelentes credenciales para el puesto, enfrentaría muy serias dificultades para convencer a la Cámara de Representantes de Estados Unidos a aprobar la recapitalización del BID, requisito indispensable para que siguiera funcionando. Justa o injustamente fue vista como alguien demasiado cercana a La Habana, a Caracas, y a los gobiernos de izquierda de América Latina, como para convencer a los Republicanos en dicha Cámara que iban a ser —y son— mayoría, y sin cuya aprobación la recapitalización es imposible. Aunque retiró su candidatura por razones que tienen que ver con la salud de su familia, de no haberla retirado hubiera fracasado por el motivo que ya señalamos.
Luego mandan a Esquivel, un buen candidato, pero al igual que Bárcena y Nadine Gasman para la OPS hace tres meses, de un mal gobierno para este tipo de aspiraciones. Esquivel es una persona inteligente, bien preparado y conocedor de Estados Unidos, aunque carece por completo de experiencia administrativa de una institución del tamaño del BID y no sé qué tan buen cabildero hubiera sido en los pasillos de la Cámara baja de Washington. Pero en todo caso, más allá de sus credenciales, era el candidato de un gobierno que se niega a hacer la tarea.
Según los informes de prensa, en particular de Infobae y de amigos en Buenos Aires, lo que sucedió durante el fin de semana fue lo siguiente. El presidente argentino, Alberto Fernández, supuesto amiguito de López Obrador, retira a su candidata, negocia con Lula y con Estados Unidos el apoyo al brasileño, a cambio de una vicepresidencia y media para Argentina. No sólo no operó la presunta cercanía de López Obrador con Fernández, sino todo lo contrario. Da la impresión de que, al igual que López Obrador con todos los demás, Fernández también ya estaba ardido por algo que le habrá hecho el mexicano en los últimos tiempos. El hecho es que no lo apoyó, y Lula tampoco.
El brasileño enfrentaba un dilema. El candidato ganador había sido propuesto por Bolsonaro, pero era cercano a su vicepresidente electo, Geraldo Alckmin. No apoyarlo hubiera significado antagonizar al bolsonarismo en el Congreso y a una parte de su propia coalición. Transmitir en público su no veto al candidato brasileño lo acercaba con el centro y con parte de la derecha brasileña y tampoco antagonizaba demasiado a su propio partido, que no necesariamente poseía a un candidato en potencia idóneo. Y lo último que le preocupó a Lula fue si López Obrador se molestaba o no porque Brasil no apoyó a Esquivel. Independientemente de que Lázaro Cárdenas haya hablado con su amigo Lula, al brasileño le dio enteramente lo mismo. Entonces ya fueron dos amigos de López Obrador que no le hicieron el menor caso con su candidato. Estados Unidos, desde luego, tampoco: no sólo votaron a favor de Goldfajn, sino que han de haber cabildeado entre los del Caribe y otros países para que no votaran por Esquivel, que sólo obtuvo los votos de México, Bolivia y otro país. Si la intención era que el candidato mexicano fuera testimonial pero que a cambio México obtuviera una de las vicepresidencias —incluso tal vez la que ocupó con brillo Santiago Levy durante diez años—, pues la maniobra salió mal. Para ello tendría que haberse bajado Esquivel y apoyado al brasileño como lo hizo la candidata argentina.
Todo esto para decir que los de Hacienda, Salud y Relaciones Exteriores —es decir, el gobierno de López Obrador—llevan tres al hilo: la OPS, Alicia Bárcena y Gerardo Esquivel. El problema no son los candidatos sino el gobierno que los postula. Ni siquiera se trata de la inclinación ideológica, antiamericana, antineoliberal, antiinstitucional de este gobierno; simplemente son incompetentes: no hacen la tarea. Cada vez más hay que entender que la gran debilidad del gobierno actual no es ser de izquierda o nacionalista o estatista o autoritario o antiinstitucional o conservador en muchos aspectos. El gran problema es que son una bola de ineptos, y lo van a seguir siendo.