La elección de la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación muestra, una vez más, que bajo ciertas circunstancias la llamada 4T y López Obrador pueden ser derrotados. Ciertamente, deben concatenarse muchos factores y las ocasiones han sido escasas. Pero se han producido y a lo que esto conduce es a pensar que, si se vuelven a reunir las condiciones necesarias, sus derrotas pueden repetirse también.
Factores que se produjeron simultáneamente son los siguientes. En primer lugar, la curiosidad o tenacidad o casualidad y oportunidad del trabajo de Guillermo Sheridan para encontrar los primeros indicios, de por sí concluyentes, del plagio de la tesis de licenciatura de la ministra Yasmín Esquivel. Sin eso, todo lo demás no hubiera sucedido. En segundo lugar, los errores garrafales cometidos por la ministra, por su directora de tesis, por sus aliados y por los merolicos de Morena y del gobierno, que no pudieron ni quisieron aceptar que su abanderada era una plagiaria, mentirosa y, probablemente, corrupta o, en todo caso, corruptora. En tercer lugar, el hecho de que diversos medios, columnistas, investigadores, académicos, cada uno a su manera —y no todos lo hicieron de modo ejemplar—, coincidieron en no dejar pasar el asunto. Hubiera sido perfectamente factible que, a pesar de las denuncias, por la temporada navideña y de año nuevo, por no meterse en líos con la UNAM o por otro tipo de complicidades, o bien por no afectar relaciones con la llamada 4T o con la propia ministra y su marido, muchos hubieran preferido abstenerse de insistir en el tema. No fue el caso: se mantiene vivo incluso hasta el día de hoy y eso incidió en buena medida en el cuarto factor.
Se trata, desde luego, de los votos de los ministros que decidieron que la candidatura de Esquivel era inviable. Difícil saber a ciencia cierta, aunque todo lo sugiere, que ella era la candidata de López Obrador. Pero no parece haberlo sido de sus incondicionales, ya que nunca obtuvo tres votos: el suyo, el de Loretta Ortiz y el del expresidente Arturo Zaldívar. Pero, en todo caso, los demás ministros prefirieron relegarla en las primeras votaciones para luego sólo dejar en liza a dos malqueridos por Palacio: Norma Piña y Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena. Si los ocho ministros que no son incondicionales de López Obrador no hubieran mostrado su independencia y sentido común, era concebible la elección de Esquivel. No fue el caso, pero sé que gente muy cercana a López Obrador, hasta justo antes de Navidad, así lo pensaba.
¿Qué podemos deducir de esta batalla, más que una escaramuza, menos que una guerra? En primer lugar, que la lucha sí vale la pena. A veces se gana, a veces no, pero es posible vencer. No todo está perdido de antemano: ni con el INE, ni con el Estado de México, ni con la Presidencia el año entrante, ni con todas las demás vencidas que habrá entre Morena y la oposición, de preferencia unida. Todos aquéllos que dan por perdida la madre de todas las batallas, a saber, la elección presidencial de 2024, harían bien en ver cómo ésta, que no encierra la misma envergadura, es una lección importante.
Segunda lección: debe haber una coincidencia de distintos sectores. Los medios importan, y mucho, incluso son aquéllos que sólo inciden en el círculo rojo. Hay batallas que sólo se libran en el círculo rojo y sólo se ganan y se pierden en el círculo rojo. Si después reverberan hacia el círculo verde o no, es algo que no sabemos de antemano. Junto con los medios, el papel de las instituciones importa también, aun cuando no necesariamente se comportan con la independencia y la altura que uno esperaría de muchas de ellas. Por eso son tan importantes los espacios autónomos dentro del espacio mexicano, los que ha querido destruir López Obrador, los que han resistido y los que han sobrevivido sin resistir demasiado. Las instituciones sí cuentan, y en eso López Obrador tiene razón: para su proyecto son, hasta cierto punto, contrarias si no es que incompatibles.
Y, por último, el papel de individuos que, cuando “se la rifan”, inciden en asuntos que importan para millones de mexicanos, aunque sea indirectamente. Esos individuos no son los que hacen la historia, pero participan en ella y contribuyen a ella, entre más lo hagan mejor será para todos. Quienes los denigran creen que haciéndolo los borran del escenario nacional. A veces es cierto, a veces no.