Desde que yo recuerdo han coexistido dos mantras o repeticiones incansables de tesis plagadas de prejuicios y falta de información, en México y en Estados Unidos, a propósito de las drogas. Ahora que se ha puesto de nuevo de moda el tema, y que sectores conservadores en Estados Unidos, por todo tipo de motivos —no sólo electorales—, alzan el tono con el gobierno de López Obrador, y éste a su vez se envuelve en la bandera, se tira del balcón de Palacio Nacional, y busca quedar bien con los sectores más trasnochados de su coalición de gobierno, vale la pena revisar estas dos concepciones erróneas y a la vez casi permanentes de ambos lados de la frontera.
Primero México, porque López Obrador fue especialmente estridente e iracundo en su diatriba antirrepublicana y antiamericana hoy en la mañanera. Dejó a un lado todas las nimiedades sobre no ser una colonia, protectorado, ser soberanos, independientes, y que va a llamar a los mexicanos en Estados Unidos —no sé muy bien a quiénes— a votar contra los republicanos si no dejan de ofender a México. Me centro en una de sus declaraciones que innumerables mexicanos han ofrecido desde los años setenta: “Nosotros no tenemos consumo de fentanilo y lamentamos mucho lo que está pasando en Estados Unidos, pero ¿por qué no atienden ellos el problema, por qué ellos no combaten la distribución de fentanilo en Estados Unidos? Y más a fondo, ¿por qué no atienden a sus jóvenes, por qué no atienden su problema grave de descomposición social, por qué no atemperan el incremento constante del consumo de las drogas? ¿Por qué incluso permiten que sean legales las drogas en Estados Unidos?” Es decir, el problema es que los gringos son una bola de pinches mariguanos, o grifos, debido a la descomposición social de su juventud. Esto se parece muchísimo a lo que daba a entender Díaz Ordaz en el 68 a propósito del movimiento estudiantil, pero también de todo el conservadurismo norteamericano durante la guerra de Vietnam: los adversarios de la guerra eran una bola de mariguanos greñudos, alborotadores, y cobardes porque no querían ir a la guerra.
Yo supongo que si a López Obrador le parece mal que se legalicen las drogas en Estados Unidos, como es el caso de manera cada vez más extendida y frecuente (y no sólo la mariguana por cierto), es porque también se opone a la legalización en México. Y supongo que si se opone en Estados Unidos, y en México, es porque cree que la legalización favorece el consumo y es dañina, nociva o perniciosa para los jóvenes que, en lugar de ser una bola de pachecos, harían bien en estudiar, trabajar y no incurrir en actividades de poca honra.
Para todos los tontos útiles que votaron por López Obrador pensando que sería partidario de la legalización de la mariguana, de la extensión de los derechos reproductivos de las mujeres, de la facilitación, extensión y oficialización de los matrimonios del mismo género o sexo, creo que queda muy evidente lo que realmente piensa. Yo nunca dudé de que eso pensaba: posee una mente profundamente conservadora, provinciana, ignorante y resentida. Pero hasta ahora ha dicho realmente lo que piensa, y qué bueno. A ver si esos tontos útiles recapacitan un poco.
El mantra norteamericano, que creo haberle escuchado por primera vez a John Gavin a principios de los años ochenta, es parecido. Se resume en una tesis: el problema de las drogas no es sólo un problema norteamericano sino también de México. Tarde o temprano todo país productor o de tránsito se vuelve un país consumidor; México lo será muy pronto. Han transcurrido más de cuarenta años desde que Gavin nos ofrecía estos sabios consejos, y aunque desde luego el consumo en México ha aumentado en estas cuatro décadas, todos los datos mexicanos, o de la ONU en Viena, o de otras instancias internacionales, muestran que seguimos siendo un país donde comparativamente se consume muy poca droga de cualquier naturaleza.
Sabemos también que esta visión conservadora tuvo su eco en México. Fue parte de las razones —absurdas— que condujeron a Felipe Calderón y a Margarita Zavala a declarar su guerra contra el narco: la droga es mala, y México se va a convertir, o se está convirtiendo, o se va a convertir, en un país consumidor que pronto va a parecerse a Estados Unidos, con junkies en las banquetas, homeless en las calles, y pushers de menudeo en todas las esquinas de las escuelas y universidades. Nada de esto ha resultado cierto, pero se sigue repitiendo una y otra vez.
Ambos países tienen mucho que reclamarle al otro en esta materia, pero reprocharle al otro ideas o prácticas inexistentes o muy diferentes a las que se piensa no ayuda en nada. Yo nunca he comprado el argumento de las armas. Creo que reclamarle a los norteamericanos que no impiden la salida de armas de Estados Unidos a México equivale exactamente al reclamo de los estadunidenses a México de que no impedimos la salida de drogas ni de migrantes. Pero esa discusión la podemos dejar para otro día.
Por lo pronto, pensemos en esto. En México tenemos un presidente que cree que las drogas son malas y que la podredumbre de la sociedad norteamericana y de su juventud se debe a ese consumo. Y en Estados Unidos existen amplios sectores, incluso entre funcionarios de gran simpatía por el país o por la 4T, que tarde o temprano México se va a convertir en un país de consumo. Ojalá uno de estos días nos definieran el tarde y el temprano.