Yo sé que hay cosas más importantes sucediendo hoy en México y en el mundo. También me puedo percatar que alguna gente —Xóchitl Gálvez y Vicente Fox, por ejemplo— ya ha señalado lo absurdo de gastar una fuerte cantidad de pesos en un concierto en el Zócalo. Pero igual me sorprende el cinismo de estas autoridades capitalinas —así como las anteriores, desde luego— al insistir en que se trata de un evento gratuito, y que criticarlo es clasista, porque es para “el pueblo”.
De acuerdo con algunas estimaciones, entre el honorario, la seguridad, el sonido, la iluminación, y toda la parafernalia que acompaña un evento de esta naturaleza, el costo del concierto de Rosalía rebasa los 10 millones de pesos. De acuerdo con Celebrity Net Worth, el año pasado la reguetonera española cobró 500 000 euros por concierto. Ahora, después de cantar al alimón con Shakira, tal vez más. Alguien lo paga.
Mejor dicho, existen tres o cuatro maneras de sufragar estos gastos. Puede ser que la artista no cobre, y ofrezca el concierto pro bono, como sucede con frecuencia en las campañas electorales. Pero en ese caso, la jefa de Gobierno lo habría gritado a los cuatro vientos. No se entiende por qué lo haría la dizque reina del pop latino.
El segundo esquema de financiamiento consiste en el patrocinio. Algunas empresas, a cambio de anunciarse masivamente en el evento y de vender durante el mismo sus productos (o porquerías, según), asumen el costo como un desembolso de publicidad. No es imposible que algunas empresas mexicanas (o españolas, aunque dudo que Iberdrola o los bancos se animen) optaran por apoquinar 10 millones de pesos o más para quedar bien con la próxima candidata de Morena, o incluso con su padrino. Convendría que se hiciera público dicho patrocinio, en caso de existir. Para saber qué esperan ellas a cambio de este apoyo, sobre todo a futuro.
La tercera opción —la normal, digamos— es cobrar las entradas. Como con todos los conciertos, eventos deportivos, teatro, danza o payasadas. De allí provienen los recursos para saldar los costos, incluyendo el cachet del artista, y las ganancias de los organizadores. En el idioma que la 4T no habla bien, eso se llama capitalismo, o mercado, o negocio. Como cuando López Obrador vende sus libros, por ejemplo.
El último mecanismo radica en el subsidio. Las autoridades —municipales, provinciales, estatales, federales o centrales, según el país— pagan. Se les presenta un presupuesto, y con recursos fiscales —no hay otros— asumen el costo. En algunos casos, donde hay transparencia, rendición de cuentas, auditorías, prensa independiente e investigativa —nada de lo cual existe en México— se sabe cuánto costó el chistecito. En México, ni idea, trátese de Rosalía, de los Ángeles Azules, de Maldita Vecindad, de los Tigres del Norte, de Roger Waters, o de quien sea.
Todos estos conciertos en la Ciudad de México fueron gratis, es decir, los pagaron los contribuyentes con sus (nuestros) impuestos municipales (básicamente el predial y la tenencia) o federales (IVA o ISR). En ninguna parte se le ocurriría decir a una autoridad que dichos conciertos fueron gratis: el gobierno asumió el costo. Como el de la compra de trece plantas de Iberdrola: se pagaron.
La pregunta entonces es muy sencilla. Hoy, en la Ciudad de México, el destino más apropiado de 10 millones de pesos (nada del otro mundo, por cierto) ¿radica en un concierto de Rosalía? ¿O es un simple gasto de campaña, que debiera contabilizarse como tal? Por cierto, van a juzgar a Trump en Nueva York por haberle pagado 130 000 dólares a una dama por no publicitar su amorío, sin declararlo como gasto de campaña. ¿Qué dirá el nuevo INE de Rosalía?