Sigue la discusión suscitada por la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares, y como es lógico, siguen los puntos de vista encontrados. Los partidarios del régimen insisten en los aspectos positivos —innegables— de la encuesta y, sobre todo, de la evolución entre 2020 y 2022 y, en menor medida, entre 2018 y 2022. Los críticos de la 4T aducen argumentos y datos que, si bien no anulan ni neutralizan los elementos subrayados por los simpatizantes de López Obrador, sí los relativizan o los contradicen en algunos aspectos. Yo quisiera detenerme en un aspecto en particular que mencioné hace unos días. Viene a colación el magnífico ensayo de Santiago Levy y Luis Felipe López-Calva, publicado en la edición impresa de agosto de esta revista, y en una versión más desarrollada, en formato en línea.
Como muchos han señalado, el ingreso promedio de los hogares mexicanos no se modificó entre 2016 y 2022, se mantuvo en 63 000 pesos trimestrales en pesos constantes de 2022. Aquí hay dos elementos significativos. El primero es la rigidez de las cifras. El segundo es la terrible mediocridad del ingreso en términos absolutos. 63 000 pesos al trimestre son 250 000 al año, para un hogar de 3.5 personas, significa 20 000 al mes o 6000 y pico por persona. Son, por cierto, los famosos 6000 pesos de Ernesto Cordero en 2012.
La gran pregunta es, entonces, ¿por qué no aumenta el ingreso de los mexicanos? O, en términos de Levy y de López-Calva, ¿qué falló entre 1990 y 2018 en cuanto al proyecto neoliberal, o salinista, o modernizador de crecimiento en una economía abierta, con inclusión y con modernidad? En la versión larga de su ensayo, Levy y López-Calva revisan diversas hipótesis como la falta de inversión, la mala calidad de la educación, la desigualdad entre norte y sur del país, y algunas más, pero concluyen que si bien cada una de estas explicaciones encierra algunos elementos de verdad, no son concluyentes. Su conclusión altera incluso la secuencia causal de otra explicación más socorrida, la de la baja productividad. Es un hecho que la productividad total de factores en México a lo largo de los últimos cuarenta años ha aumentado sólo de manera marginal y que eso incide mucho en el magro crecimiento. Pero la razón de ese incremento mínimo, según Levy y López-Calva, radica en las dimensiones del sector informal de la economía mexicana, del mercado laboral, de las leyes laborales y de protección social, y del régimen fiscal.
Este no es el lugar para describir con mayor precisión la argumentación sofisticada y compleja de Levy y de López-Calva. Basta decir que si 60 % de la población está ocupada en el sector informal de la economía, y 50 % de esta última se encuentra en situación informal, es lógico que la productividad sea también baja y que no crezca, de la misma manera que es muy explicable entonces por qué los ingresos mexicanos no crecen, y no crecerán mientras exista este obstáculo por ahora insuperable ante una mejora significativa en el nivel de vida de los mexicanos.
Lo que conviene también subrayar, que Levy y López-Calva enfatizan, es que no ha habido ningún cambio importante en el enfoque de la 4T y el de los cinco gobiernos anteriores en lo que se refiere a este reto, el más importante de todos. No ha habido nada en la caja de herramientas del gobierno de López Obrador que sea distinto a lo que había en las respectivas cajas de Peña Nieto, Calderón, Fox, Zedillo, e incluso Salinas, para atender este enorme desafío de la informalidad. López Obrador y su equipo han hecho exactamente lo mismo —es decir, nada— para atacar realmente este freno al crecimiento mexicano.
Quizás la discusión sobre los datos de la Enigh podría centrarse un poco más en este aspecto, que hasta cierto punto es menos polarizante. Ni los gobiernos neoliberales —según la 4T— ni López Obrador han logrado mejorar el ingreso promedio de los mexicanos. Otros gobiernos, junto con el de López Obrador, pudieron lograr incrementos en los ingresos de los más pobres, y no es poca cosa, pero no es tampoco algo permanente ni transformador de los grandes rasgos de la sociedad mexicana. La Enigh y la campaña presidencial podrían ser una ocasión propicia para enfrentar este dilema, el dilema del crecimiento mexicano, que es el verdadero mexican dilemma (dixit Raymond Vernon).