Quiero suponer que todo saldrá bien para el Frente. De una manera u otra —prefiero aquella que implica llevar el proceso hasta su culminación el domingo— para el 3 de septiembre habrá candidata competitiva; los demás, todos, le alzarán la mano a Xóchitl y comenzará una nueva etapa en la sucesión presidencial de 2024.
Cuando así sea, el Frente deberá llegar a una serie de acuerdos tan importantes como los que desembocaron en el proceso de designación de su candidata. He mencionado algunos ya en este espacio: por ejemplo, la necesidad de una coordinación específica entre la candidata, los partidos y los grupos de la sociedad civil organizada, separada de la coordinación de la campaña propiamente tal. Dejo a otros la tarea de discutir si los equipos actuales de los partidos y de la candidata se encuentran a la altura de una batalla como la que se avecina, no contra Sheinbaum, sino contra el Estado mexicano en su conjunto. Quisiera centrarme en otros dos temas cruciales.
Parte de la comentocracia señala que la historia personal de Xóchitl ya se agotó como lema de campaña, y que lo repite demasiado. Como sugirió un amigo, a quien le fusile la consigna que después retomó la prensa internacional: “The messenger is the message”, es un gran mensaje, pero las gelatinas no dan para más, según simpatizantes y malquerientes de la abanderada del Frente.
Creo que la crítica proviene de un hecho innegable, pero engañoso. Los ociosos como yo que no tenemos otra cosa que hacer más que leer los periódicos y seguir las campañas, nos hemos topado con el metate, el techo de lámina y los tamales decenas de veces, y ya nos aburrió. Pero eso no significa que la sociedad en general —el llamado círculo verde— tenga la misma familiaridad con la historia personal de Xóchitl. Más bien, a juzgar por las cifras de reconocimiento de las últimas encuestas, en particular la de Reforma de ayer, los muy bajos niveles de Xóchitl sugieren que casi 60 % de la población ni siquiera sabe de su existencia, mucho menos de su vida. Huelga decir que el sector que no la conoce es justamente aquel al que debe llegar si se quiere competir: los deciles bajos del ingreso, o medios bajos.
El Frente y su candidata deben machacar todo lo que puedan la historia personal de Xóchitl en tele y radio, ahora que se va a poder un poco más que durante los últimos tres meses. De la misma manera que las reglas de facto de completa ausencia de todos los contendientes (Morena y Frente) de la tele abierta impidieron que se moviera la aguja a favor de Ebrard, tampoco permitieron que el mensaje de Xóchitl penetrara en los sectores de menores ingresos del país (no necesariamente en las regiones de menor nivel de vida). Allí se deben concentrar todos los esfuerzos, y seguir vendiendo gelatinas.
El segundo tema abarca la necesidad de construir un puente conceptual entre la historia de vida y las propuestas de gobierno. La primera no basta (es necesaria mas no suficiente), y las segundas obviamente no están listas (espero que algún día lo estén). Xóchitl ha insinuado un tal puente, y me parece que por allí va la cosa.
El único ámbito en el que López Obrador no sintoniza con los sectores populares del país es el aspiracionismo. La encuesta de nexos de hace unos meses sobre los valores y sueños de los mexicanos demuestra, una vez más, que el mexicano es profundamente aspiracionista. Lo es cuando se va a Estados Unido a trabajar, cuando migra a Monterrey a conseguir empleo, cuando realiza sacrificios impensables para mandar a sus hijos a la escuela y luego a la universidad, cuando deja las varillas desnudas o tapadas con una botella de plástico de Coca Cola en el techo de su casa para construir un segundo piso, que quizás nunca verá la luz del sol. El desprecio de AMLO por el aspiracionismo mexicano no resuena con la gente.
Xóchitl tiene la gran ventaja de poder promover el aspiracionismo que ansía cada mexicano, a través de su propia experiencia. Puede decirles a los sectores más humildes que ella comparte su aspiracionsimo, que lo ha vivido y vuelto realidad, y que sabe cómo compartir su éxito con ellos. ¿Por qué sabe cómo hacerlo? Porque lo hizo. Es la aspiracionista por excelencia. No quiere que todo el mundo venda gelatinas, pero sí quiere que todo el mundo puede dejar de vender gelatinas para estudiar ingeniería, aprender matemáticas, crear una empresa, ser próspera y llegar incluso a la Presidencia de la República. En fin, son algunas ideas que tal vez resulten útiles.