Una de las consecuencias positivas, por así decirlo, de la nueva irrupción de la violencia en Medio Oriente consiste en la mayor visibilidad que ha adquirido una tendencia preocupante de las izquierdas mundiales. En Estados Unidos, en algunos países de Europa y América Latina, y marginalmente en México, emergió hace algunos años la temeraria noción de la interseccionalidad.
Sin entrar en demasiado detalle, y a riesgo de simplificar las definiciones a ojos de puristas de varias estirpes, esta idea se reduce a la vieja consigna francesa de “…même combat”. En otras palabras, desde 1968 los manifestantes parisinos contra la Guerra de Vietnam, contra la represión en Francia, contra el franquismo, contra el racismo francés, contra el golpe de Estado en Chile, coreaban que todas esas causas, o luchas, eran una misma. Existía un solo enemigo —el capitalismo, el imperialismo, Estados Unidos, la democracia burguesa, etcétera— y todos los combates se unificaban también.
La versión actualizada de esta antigua fusión consiste en pensar que las causas actuales —de las mujeres, de los pueblos originarios, de las minorías raciales (de origen africano en Estados Unidos, de ascendencia árabe en Europa), de las personas LGBTQ+, de l@s trans, de los pueblos oprimidos (en particular el pueblo palestino), de los no-binarios, del Sur global, etcétera— forman parte de una misma y única lucha. Se trata del combate contra la opresión, la discriminación, la exclusión, el racismo sistémico, el heteropatriarcado blanco, el extractivismo y demás males que agobian al mundo. Todas las victimas de estos males deben unirse, identificarse entre sí, luchar juntos y derrotar al enemigo común.
Dicho adversario puede ser la globalización, “el sistema”, las élites; para los más radicales, el malo de la película es el capitalismo. Por desgracia, además de debilitar a cada una de estas causas válidas —todas poseen una dosis de legitimidad y razón— la teoría de la interseccionalidad o la amalgama generalizada, lleva a encontrarse con compañeros de ruta extraños, o francamente aberrantes. Asimismo, obliga a prescindir, en cada lucha individual, de aliados potenciales de esa lucha, pero adversarios de otras.
Ejemplo: para buena parte de la izquierda norteamericana, Cuba es una víctima de las políticas agresivas de Estados Unidos. Y el movimiento gay lo ha sido también, en distintos momentos, sobre todo en la época del sida (los años ochenta). Por tanto, los gays y los partidarios del régimen cubano son aliados naturales. Con el pequeño detalle de que, durante décadas, el castrismo encarceló o agrupó en campos de concentración a los homosexuales en Cuba. Ejemplo: las mujeres son víctimas del heteropatriarcado blanco (encarnado en los gobiernos de los países ricos), y el pueblo palestino es víctima de Israel, armado y financiado por esos gobiernos. Por tanto, el movimiento feminista debe apoyar a los palestinos: son aliados naturales. Con el pequeño detalle que no hay nada más contrario a las libertades y la igualdad de las mujeres que el islam radical de Hamás o Hezbollah. Ejemplo: el racismo sistémico en Estados Unidos obliga a cada persona a ser antirracista para no ser racista (Ibram X. Kendi), y el Estado de Israel puede ser acusado de impulsar un sistema de apartheid en los territorios ocupados. Por tanto, la lucha radical contra el racismo sistémico y contra el Estado judío es una misma, y los partidarios del segundo son cómplices del primero. Con el pequeño detalle de que los principales aliados del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos y contra la segregación fueron los judíos de Nueva York (casi dos millones).
En México no hemos llegado a estos extremos, pero vamos por buen camino. La insularidad del país, y el carácter aldeano de la izquierda mexicana (whatever that means), se combinan para restringir la llegada de tanta aberración procedente de las sociedades ricas. Pero no hay que desesperarse: hay tanta estulticia en ciertos sectores radicales en México que pronto caerán las barreras que nos han protegido. Los intelectuales orgánicos de la interseccionalidad harían bien en ver adónde conducen las ideas simples, fáciles y falsas.