Dice Carlos Puig que a Dante Delgado y a Movimiento Ciudadano (MC) se les hizo bolas el engrudo. Parece que tiene razón. Lo que sigue siendo confuso es la consecuencia de los enredos en los que el tercer partido y su dirigente se han metido.
Ya van varios candidatos posibles de MC que declinan la oportunidad, encomienda o tara de competir contra Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez, evitando así hacerle el juego a Morena y a Andrés Manuel López Obrador. Enrique Alfaro, Luis Donaldo Colosio y Patricia Mercado, todos ellos posibles aspirantes —o, en todo caso, mencionados como tales por el propio Dante y la comentocracia—, manifestaron su decisión de no ir por la candidatura. Los motivos de cada uno pueden ser diferentes, y su competitividad como candidatos podría haber variado, pero el hecho es que dichas cartas ya no figuran en la baraja.
Quedan tres: Samuel García, Marcelo Ebrard y el propio Dante. Sobre si éste último sería un candidato competitivo, prefiero no opinar; en parte porque no lo sé, en parte porque lo estimo y no veo la utilidad de emitir un juicio al respecto. La pregunta versa sobre los otros dos: ambos son competitivos dentro de los límites de una tercera fuerza en una elección polarizada, pero ambos enfrentan, también, obstáculos importantes para aparecer en la boleta.
El caso más complicado es el del gobernador de Nuevo León. Podría convertirse en un buen candidato: es joven, carismático, desparpajado, muy parecido a Xóchitl en varios aspectos. Contaría con recursos: los que pudiera recaudar entre sus paisanos, los que el Instituto Nacional Electoral (INE) le da a MC, y los que López Obrador le transferiría al partido para que cumpliera el cometido encomendado. Pero García enfrenta dos dilemas. La mayoría del PRI y el PAN en el congreso estatal le van a hacer la vida de cuadritos antes, durante y después de la licencia que le otorguen para ser candidato a la presidencia.
Primero, el interino que ya han designado va a despedir a todo su gabinete, sustituirlo por funcionarios del “PRIAN”, y buscar hasta debajo de las piedras cualquier elemento de corrupción o de transgresión de la normatividad atribuible a García o a sus colaboradores durante sus dos años de gobierno. Sólo García sabe si existe o no un riesgo en eso para él. Segundo, los dos partidos obstaculizarían al máximo su regreso a la gubernatura en junio del 2024. Pueden ganar esa batalla o perderla, pero emprender una campaña presidencial con esas dos espadas de Damocles colgando encima de uno no es la mejor receta para un buen desempeño. Obviamente no sé qué hará Samuel, pero sí sé que debe estar dudando si este es el mejor camino.
De forma parecida, Ebrard lleva años dudando, y parece que va a seguir haciéndolo. Con razón: no la tiene fácil. Dante le ofrecería la candidatura y los recursos propios y ajenos para una campaña decorosa, y AMLO tal vez lo apruebe de labios para afuera para restarle votos a la oposición. Pero tendría que decidir si va a atacar a Sheinbaum o no en esa campaña, en los spots, en los debates, en las entrevistas. La simulación tiene límites: no pegarle es confirmar su carácter de esquirol, pegarle es correr el riesgo de que los golpes (sobre el Metro, por ejemplo), la hieran, y que se enoje. Ya sin fuero, tal vez le esperen a Ebrard otros añitos de exilio en París, que tampoco es una desgracia.
Sobre todo, sabemos que la candidatura de Ebrard incomodaría a muchos cuadros de MC. Ya se han pronunciado al respecto gente como Colosio, Basave, Alfaro, etc. No es para menos. Es complicado tragarse el sapo de que alguien como Ebrard represente una candidatura fresca, ajena a la clase política de siempre, honesta y consecuente en su oposición a la 4T. Es un sapo del tamaño de los que tragó Ebrard en la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Queda Dante. Como dije, prefiero no opinar sobre su potencial como candidato. Pero el desafío es evidente: lograr más votos, y arrastrar más diputados y senadores, de los que le han ofrecido los partidos del Frente Amplio. Cálculo complicado.