El arranque de la campaña electoral oficial este viernes en realidad corresponde al inicio de la última etapa de la contienda. Las campañas reales comenzaron desde mediados del año pasado, digamos en junio, cuando se supo quiénes serían las candidatas de las dos fuerzas relevantes: Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum. En el momento en que Santiago Creel tuvo la nobleza de confiarle a Xóchitl que si ella lo superaba en las encuestas, él declinaría a su favor, la suerte estaba echada en la oposición. El acuerdo de 2022 entre el PRI y el PAN obligaba a que la candidatura presidencial y la de la CDMX fueran para los panistas, y el único panista como tal era Creel. Todo lo demás fue faramalla, y qué bueno que así resultó.
Lo mismo sucedió con Morena. Nunca tuve la menor duda de que Sheinbaum sería la candidata, y creo que el único mexicano que pensó lo contrario va ahora en séptimo lugar de la lista plurinominal de ese partido al Senado. Nadie más. En cuanto a MC, muchos le advertimos muchas veces a Dante Delgado y a sus colaboradores más cercanos e inteligentes que ni Ebrard ni García se animarían, y que si no apoyaba a Xóchitl sólo le quedarían las sobras. Así fue.
A partir de entonces, comenzaron a correr encuestas, spots, consultores nacionales y extranjeros, recaudación de recursos, formación y recomposición de equipos, y de vez en cuando pequeños “blips” en el radar. Ejemplo: la dizque candidatura del gobernador de Nuevo León, que duró el tiempo necesario para desatar un gran y supuesto entusiasmo que nunca se pudo comprobar. Todo lo demás ha sido campaña más o menos normal, dentro de las aberrantes formalidades mexicanas de precampaña, intercampaña y campaña.
La gran mayoría de las encuestas, tanto las incluidas en la versión tropicalizada y tropical de RealClearPolitics Poll of Polls (me refiero a Oraculus), como las demás, han arrojado pocos cambios en los ocho meses transcurridos desde entonces. Sean las que le dan una enorme ventaja a Sheinbaum, sean las que ponen a Xóchitl a un dígito de distancia, lo interesante puede ser la estabilidad de los números. Incluso Buendía y Márquez en El Universal ayer muestran un alza en las preferencias para Gálvez, pero donde la candidata de Morena casi no se mueve. Algo muy semejante aparece en la serie de Roy Campos (Consulta Mitofsky en El Economista). En Áltica, de Cándido Martínez, cercano a la campaña de Xóchitl, Sheinbaum tuvo 14 puntos de ventaja en diciembre, 14 de nuevo en enero, y 16 puntos el 15 de febrero. La aguja se ha movido muy poco, con una leve tendencia hacia Xóchitl en los últimos días.
La pregunta entonces es sencilla: ¿por qué no se mueve? Y, ¿qué puede hacer que se mueva? A la primera interrogante la respuesta puede parecer evidente. Todo el mundo ya conocía a Sheinbaum (casi), y la mayoría de la gente que piensa votar por ella lo hará (o lo dice) por su cercanía o atadura con López Obrador. Y para Xóchitl, la manera en que López Obrador la definió desde junio-julio del año pasado en las mañaneras, pintándola de corrupta, sin que hubiera una respuesta eficaz, hacen que a pesar de un grado de conocimiento bajo hasta hace poco, sus positivos no suben (ver Campos, por ejemplo).
La opción para modificar el statu quo no es obvia. Pero se puede uno imaginar un par de factores. El primero consiste en un descalabro del gobierno, desde #NarcoPresidente hasta un evento disruptivo en materia de seguridad, de salud, o financiero. Se ve poco probable, aunque no imposible. El segundo es más viable: una campaña negativa feroz, de rompe y rasga, de patín y trompón, en el fango, de una candidata contra la otra. Si se cerrara la actual brecha, no se puede descartar que Morena recurra a ello.
Si la oposición quiere acercarse, probablemente se trate de su única alternativa, con una campaña negativa muy personalizada contra Sheinbaum. Sería lógico, pero para que funcione, todos los apoyos de Xóchitl en su frente deben jalar parejo. Y parece que el PRI no quiere. Quién sabe por qué.