Escucho y leo cada vez más voces en México, y ahora en Francia, sobre una variedad distinta del arroz cocido: el estadunidense. Para muchos políticos, analistas, diplomáticos y periodistas, la elección en Estados Unidos ya se resolvió, y el ganador será Donald Trump. Esta conclusión generalizada descansa principalmente en las encuestas —nacionales, en primer lugar— y sobre todo en una media docena de estados, llamados swing states, o entidades “columpio.” Se trata de los seis o siete estados que a lo largo de las últimas elecciones presidenciales han oscilado entre un partido y otro, a diferencia de los 43 o 44 que sistemáticamente se inclinan por el candidato del mismo partido, como California y Nueva York para los demócratas, o Texas para los republicanos. En dichos estados, Trump posee una ventaja actual, en las encuestas, de varios puntos. Por lo tanto, ganaría la elección en el llamado Colegio Electoral, en el cual votan los representantes de los estados en bloque: todos los de Arizona, por ejemplo, a favor del candidato que obtuvo más sufragios en el llamado voto popular.
En segundo lugar, múltiples observadores y estudiosos han detectado un importante deslizamiento de votantes afroamericanos e hispanos de Biden hacia Trump. En el seno de estos electorados, que han sufragado masivamente a favor de candidatos demócratas desde la época de Roosevelt, ahora Trump muestra un crecimiento de las preferencias. Estas no alcanzan, desde luego, una mayoría de dichos estamentos de la sociedad norteamericana, pero una pequeña diferencia, en varios estados decisivos, puede afectar el resultado.
Por último, la guerra de Gaza ha provocado el desafecto de masas enteras de jóvenes con Biden. Este desencanto se aúna al malestar o franco rechazo por parte de votantes árabe-americanos, ante todo en Michigan, debido al apoyo de Biden a Israel y a Netanyahu.
Pues para dejar constancia, por otras razones —no otros datos—, sostengo que Biden va a ser reelecto a la Casa Blanca en noviembre. Entiendo la lógica de especialistas mexicanos, que ven con mayor preocupación el triunfo de Trump; la de los norteamericanos, que conscientes o no, buscan alarmar a las bases demócratas para movilizarlas; la de los europeos, que deben prepararse para lo peor (nosotros afortunadamente no nos preparamos para nada).
Tres motivos para documentar mi optimismo. Primero, una buena parte de los votantes estadunidenses —por lo menos un tercio— aún no se interesan ni se informan sobre la elección de fin de año. Un gran número cree todavía en Santa Claus: que si Michele Obama va a ser candidata en lugar de Biden, que se va enfermar, morir o aburrir; que si Trump irá a la cárcel; que si en lugar de Kamala Harris, Biden escogerá a otra vicepresidenta; que si Robert Kennedy va a crecer de manera espectacular. Nada de eso va a suceder, de la misma manera que en México, desde junio del año pasado, sólo había dos sopas para la oposición: Santiago Creel o Xóchitl Gálvez. En Estados Unidos las dos sopas son el ruco o el loco, y estoy convencido que al final, los electores optarán por el viejito sensato, responsable y competente.
En segundo término, me parece que se va a estrechar, sino es que cerrar, la brecha entre el desempeño real de la economía de Estados Unidos, y el pesimismo al respecto que manifiestan los ciudadanos en las encuestas. Si bajan las tasas de interés en junio; si se mantiene el ritmo de crecimiento del empleo; si la confianza del consumidor sigue aumentando, la aprobación de Biden por su manejo de la economía —patética por ahora— resurgirá.
Por último, el tema del aborto va a incidir mucho en la elección. Sobre todo entre mujeres, pero también para jóvenes varones cuyos cónyuges, padres y en muchos casos, incluso abuelos, crecieron contando con el derecho de las mujeres a decidir libremente sobre su cuerpo. En varios estados —Florida, Arizona— habrá un referéndum sobre la legalización del aborto; no sólo vencerá el “sí”: será un factor de movilización del electorado.
La ventaja de pronosticar el futuro —como diría Yogi Berra— radica en dos hechos. Si uno acierta, todos se acuerdan; si uno se equivoca, nadie se acuerda. Va entonces: Biden ganará en noviembre.