Aún no es el momento de compartir con los lectores mis brillantes consejos para Xóchitl en su tercer debate con Claudia Sheinbaum; lo haré la semana que entra. Por ahora tocaré sólo dos de los temas que supuestamente se abordarán en dicho enfrentamiento: política exterior y migración. Huelga decir que el tema de seguridad requerirá más tiempo; por eso hay que limitarse a uno o dos temas en los otros capítulos.
Hace unas semanas, Jorge Lomonaco, exembajador de México, publicó aquí en nexos un ensayo sugiriendo una serie de propuestas para la política exterior de un posible gobierno de Xóchitl. Las hago mías, sin repetirlas. Allí se encuentra lo esencial de lo que debe hacerse para volver a tener una política exterior, algo que ha desaparecido por completo en este sexenio. Los esfuerzos de Alicia Bárcena estos últimos meses no sirven para corregir el dramático vacío de los primeros cinco años.
Me detengo en un aspecto esencial. México no puede ser un país cuyo presidente no se asome a la ventana. La conducción de la política exterior no se puede delegar a un canciller; al contrario, éste debe potenciar la actuación de su jefe, sin aspirar a sustituirlo, aunque su jefe se lo pida. El gran drama de Ebrard fue que nunca pudo convencer a López Obrador de que no podía suplirlo, ni en las cumbres, ni en las relaciones bilaterales, ni en las instancias multilaterales. O no quiso persuadirlo. Tal vez pensó que las oportunidades de lucimiento personal en cada cumbre rescatarían su nonata candidatura presidencial. México se quedó como el perro del hortelano: sin presidente en las cumbres, y sin Ebrard en la Presidencia (Thank God).
Si el mexicano no sale, los extranjeros no vienen. Perdemos por doble partida. Si AMLO pensaba que su renuencia a desplazarse no impediría la llegada de múltiples homólogos suyos, pecó de una enorme ingenuidad. Y nadie lo desmintió.
El marcador es patético, como lo señala Lomonaco. Con la posible excepción de Lula, que quizás haga una escala en México camino a la ONU a mediados de septiembre, sólo han visitado nuestro país tres mandatarios de países importantes, y únicamente en una ocasión, a lo largo de seis años: Sánchez, Biden y Trudeau. Se han abstenido de visitarnos los jefes de Estado o de Gobierno de Japón, China, la India e Indonesia, en lo que a Asia se refiere. De Europa, nos pelusearon Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Rusia, Holanda y Suecia. El caso de Pedro Sánchez es notable: salió tan mal su visita en enero de 2019 —y que fue encaminada por el sexenio anterior— que ya no se produjo, en seis años, ningún encuentro con el país más importante para México, salvo Estados Unidos.
En cambio, Díaz-Canel vino a mendigar migajas incontables veces. Xóchitl debe insistir en esto, y presionar a Sheinbaum: si gana, ¿va a viajar o no? Y a su vez, debe explicar por qué ella sí se reunirá con la mayor cantidad posible de sus pares significativos para México, siguiendo las reglas de la reciprocidad y de la simetría.
El tema migratorio es tal vez el más espinoso de la agenda internacional de México, justamente porque se trata también de un asunto de política interna, de derechos humanos, recursos fiscales, crimen organizado y relaciones con múltiples países. Una condición sine qua non para avanzar en cualquier dirección propositiva tiene que partir de una simple premisa: el Instituto Nacional de Migración constituye un nido insalvable de corrupción, incompetencia, salvajismo y vergüenza nacional. Es indispensable eliminarlo, y encargar sus funciones a una división de la Guardia Nacional, cuando se encuentre bajo mando civil, que equivalga, de facto o de jure, a una Policía de fronteras. Por cierto, esta es una vieja idea de Jorge Carrillo Olea, hoy partidario de Morena, pero en los años ochenta subsecretario de Gobernación con De la Madrid. Conviene reconocer que el Inami o la antigua Dirección General de Asuntos Migratorios de Segob, bajo la infame Diana Torres en la época de López Portillo, siempre ha sido eso: un asco. Pero también es necesario reconocer que en materia de infamia, el actual director, Francisco Garduño, se voló la barda. Nadie se ha aventado el tiro de ver cómo mueren por su culpa cuarenta migrantes en Ciudad Juárez hace un año, y seguir en el puesto.
No es necesario suscribir todos los detalles del artículo de Luis Chaparro en Substack —“El nacimiento de un nuevo cártel: les presentó al Inami”. Según el autor, en el aeropuerto de Juárez, “La máxima autoridad migratoria opera ahora su propia organización criminal, extorsionando, secuestrando y trasladando a migrantes en todo el país”.
Vende permisos o visas migratorias a extranjeros para atravesar libremente el país, aventajando así a los cárteles tradicionales y criminales. El funcionario del Inami en el aeropuerto de Juárez detiene a los pasajeros que “no parecen mexicanos”, y les exige una primera mordida. Luego el mismo funcionario les presenta a un pollero que los puede conducir a Estados Unidos, y vuelve a cobrar. Se los entrega a los coyotes, a quienes les cobra también. Por último, cuando la migra estadunidense los captura y devuelve a México, los reciben los agentes de la Inami, y les piden una última mordida. Un negocio redondo.
No es ciencia oculta. Con esa autoridad, no hay manera de contar con una política migratoria mínimamente decente. Con otra, tal vez tampoco. Pero con el Inami de Garduño, imposible. En eso debe centrarse Xóchitl para este tema, durante algunos breves minutos.