El Presidente sabía todo (incluido esto)

La acusación a dos altos mandos de la Marina por el escándalo del llamado huachicol fiscal puede constituir un hito en el combate a la corrupción por parte del gobierno de Claudia Sheinbaum. Veremos hasta dónde llega, qué tanto se revela, y qué tanto se encubre. Por lo pronto, representa un paso que ni este gobierno ni el anterior se habían atrevido a dar.

Más allá de los montos de dinero y de diésel involucrados, y de los tres muertos que ya abarca, el caso suscita una serie de interrogantes y reflexiones que debieran servir para iluminar el pasado, e ilustrar el futuro. Sobre todo en lo que se refiere a la complicidad de todas las autoridades en este hurto al erario, y en lo tocante a las responsabilidades que la 4T le ha entregado a las fuerzas armadas.

Sobre este segundo asunto, discrepo radicalmente de aquellos colegas de la comentocracia que exculpan a la Marina y al Ejército a través de una muy retorcida explicación. Los pobres marinos comisionados a las aduanas, a los aeropuertos, y los imberbes soldados encargados de construir trenes, hoteles, caminos, aeropuertos y dirigir aerolíneas, eran todos honestos: impolutos, inmaculados, santos, pues. Pero como también son seres humanos, al entrar en contacto con los malandros, con las astronómicas cifras de recursos presentes en todos estos menesteres, y con la opacidad propia de llamada seguridad nacional, no resistieron la tentación. Cayeron en el pecado, o el error, o el vicio, como se le quiera llamar, de la corrupción. Al “ponerlos donde hay” sucumbieron a la seducción de la maldad. Los echaron a perder.

Suscribo exactamente la tesis contraria. Las fuerzas armadas mexicanas nunca han sido pulcras o virginales en materia de corrupción. Que la sociedad les tenga confianza es en primer lugar una constante en todos los países democráticos del mundo. En segundo lugar, parte de esa confianza provenía de un pacto tácito celebrado hace casi un siglo. A cambio de renunciar a cualquier ambición política y a carecer de recursos oficiales, de formación, de entrenamiento y de inmersión en tareas civiles, gozarían de una serie de prebendas de toda índole. Iban desde el pago en dólares a los agregados militares navales en las embajadas (mi padre le entregaba sobres con 22 mil dólares en efectivo cada mes a su agregado en París) hasta el manejo de la industria militar y las relaciones ineludibles, inconfesables y notorias en determinadas zonas militares. Se trató de un gran trato para México, para las fuerzas armadas, para la gobernanza civil y para la estabilidad del país.

Comenzó a desdibujarse en el sexenio de Zedillo, cuando nombró, con la venia de Estados Unidos, al General Jesús Gutiérrez Rebollo como Zar Antidrogas, insertando más directamente al estamento militar en el combate al crimen organizado. Resultó ser narco. Se siguió desfigurando con la designación por Fox de un Procurador General militar, luego con Calderón al lanzar al conjunto de las fuerzas armadas a dicho combate -la guerra de Calderón- y luego con la implicación de todos en los proyectos faraónicos de AMLO y la creación de la Guardia Nacional dentro de la Secretaría de la Defensa.

No es que con motivo de estas transformaciones los militares hayan empezado a anhelar el poder político. Esa parte del pacto se mantiene. Pero al crecer enormemente las posibilidades de enriquecimiento, se ensancharon también los intentos, los éxitos, aquí sí las tentaciones, y de manera inevitable, los fracasos. El error no consistió en colocar a un ejército y una marina honestos ante las mieles seductoras de la corrupción. El yerro yació en acercar a sectores ya permeados de corrupción a nuevas fuentes de enriquecimiento. Son sumas irresistibles, hoy y en el futuro.

La segunda breve reflexión se refiere a López Obrador. Me cuesta trabajo aceptar que su secretario de la Marina le informó desde hace dos años al Fiscal Gertz de las “irregularidades” que detectó en torno a sus dos sobrinos políticos, los hermanos Farías. Pero si damos por buena dicha versión, surge de inmediato una pregunta: ¿Ojeda sólo le informó a su colega del gabinete (Gertz obviamente no es autónomo), y no a su jefe? Y Gertz ¿se calló la información sin compartirla con su jefe, o el mismo que de Ojeda? Si AMLO sabía todo esto y no hizo nada al respecto, fatal. Pero si no supo porque ni Gertz ni Ojeda le informaron, peor.

En realidad, no es creíble este relato. SheinbaumGarcía Harfuch Gertz, al tratar de proteger a Ojeda, están implicando a López Obrador. Como afirmó varias veces: el Presidente de México sabe todo. No todo, pero esto sí.

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