Hay bajas y beneficiarios del proceso sucesorio del lado de la oposición, como es lógico. Se han bajado unos que ni se habían subido —Vila, Murat—, otros que hicieron un esfuerzo —De Hoyos, Téllez y Ruiz Massieu—, que declinaron en el fondo porque no lograrían recolectar las firmas necesarias, y por lo menos tres beneficiarios aparentes. Son Enrique de la Madrid, Santiago Creel y Xóchitl Gálvez, que hoy por lo menos, parecen estar destinados a ser los finalistas, y por lo tanto a encontrarse bajo los reflectores hasta principios de septiembre.
Pero hay otro damnificado, colectivo esta vez. Se trata de Dante Delgado, y Movimiento Ciudadano en su conjunto. Nunca he compartido su análisis sobre la necesidad de mirar hacia 2030, ni de no ir ni a la esquina con el PRI, ni que Ebrard o Monreal romperán con Morena y se refugiarán como candidatos de MC. Cuando volteaban todos mis amigos de MC hacia Macron en Francia, les sugería que en todo caso sería una mujer y se llamaría Xóchitl; preferían no pensar en postularla ni por asombro. Todas estas discrepancias, sin embargo, eran desacuerdos especulativos con amigos. Ahora son realidades, bastante dañinas. Ni menciono el tema de hacer el caldo gordo a López Obrador. No creo que Dante lo haga nunca conscientemente.
La oposición PRI-PAN-PRD y grupos de la sociedad civil ha permanecido intacta y todo sugiere que así seguirá. La posibilidad de que el PRI se sume a Morena y el PAN busque a MC es mínima, si no inexistente. La posibilidad de que Ebrard rompa con López Obrador cuando pierda la interna de Morena y se sume a MC es mínima, si no inexistente; lo mismo sucede con el PT y el Verde. En otras palabras, veremos en 2024 una elección con dos grandes bloques, con candidatos competitivos. En esas condiciones el voto útil destruye a los pequeños.
A Dante le quedan dos sopas: ir solo, o con la alianza opositora. No quiere la segunda, pero cada día se le torna más difícil la primera. Veamos. Para ir solo, a menos de que a alguien se le ocurra la idiotez de no presentar candidato presidencial en una elección presidencial, necesita un aspirante. Dante quiere escogerlo en diciembre.
En teoría tenía tres, muy buenos: Enrique Alfaro, Samuel García y Luis Donaldo Colosio. Pequeño problema: o ellos no quieren, o Dante no quiere, o ambas cosas. De modo que, hasta nueva orden, le quedan el propio Dante —muchos de sus correligionarios piensan en eso— o alguien de su partido: Patricia Mercado, por ejemplo. Con los acontecimientos del lunes, seguramente habrá quienes miren hacia Claudia Ruiz Massieu. Más allá de los atributos de los tres, quisiera saber cuál de ellos es capaz de obtener más de 3 % del voto en una elección polarizada a ultranza.
Ahora bien, esperar hasta diciembre para decidir si prefiere una candidatura débil, o una alianza con el diablo (el PRI), para Movimiento Ciudadano implica llegar tarde al reparto de diputaciones, senadurías y gubernaturas. Los tres partidos de oposición, una vez resuelto el dilema de su candidatura presidencial el 3 de septiembre, se volcarán a construir alianzas y candidaturas únicas en la mayoría de los distritos y estados de la República. Una vez fraguados los frágiles equilibrios —y las bismarckianas negociaciones que entrañaran— subsistirá un estrecho espacio para nuevos acuerdos.
Entre el 4 de julio y finales de agosto, Dante puede incidir en la decisión de la alianza opositora, por lo menos en cuanto a la candidatura presidencial. Si apoya, sumándose o no a la alianza, a Creel, a De la Madrid o a Xóchitl, su voz y sus votos pueden influir en el desenlace. Después del 3 de septiembre, ya no. Entre septiembre y diciembre, si se suma, puede lograr un número de diputaciones y senadurías probablemente superior a las que tiene ahora (doce senadores, muchos pepenados después de la elección de 2018, y 27 diputados). Después de diciembre, ya difícilmente. Entre enero y marzo, todavía puede negociar, pero en condiciones más adversas. Después, ya nada. Como vemos, se metió en un atolladero.