En el evento de presentación del libro Un futuro para México que organizó el profesor John Coatsworth, antier en la Universidad de Columbia en Nueva York, destacaron dos fenómenos interesantes. Los cuatro panelistas -Héctor Aguilar Camín, Santiago Levy, Jesús Reyes-Heroles y el que escribe- coincidieron en un punto central para entender la coyuntura actual de México. Y la mayoría de los casi 200 asistentes -estudiantes, profesores, diplomáticos, escritores- coincidió en una discusión que contrasta con la que puede, en ocasiones, detectarse entre observadores externos de la realidad mexicana. Quisiera comentar ambas coincidencias.Entre los participantes -que compartimos muchas de las ideas contenidas en el ensayo pues Aguilar Camín y yo lo escribimos, Levy inspiró una parte importante del mismo y Reyes-Heroles compartió sus opiniones anteriormente con nosotros- ahora emergió una tesis que puede ser fundamental para quienes de buena fe en México quieren abordar cualquiera de los grandes retos que enfrenta el país. Esta tesis es muy sencilla: sin las reformas institucionales -o políticas o de Estado- necesarias para reconstruir el proceso de decisiones en México, ninguna de las otras reformas es factible. Quienes sostienen que antes de abordar lo político hay que resolver… lo fiscal, la seguridad, lo laboral, lo energético de nuevo, etcétera, o bien pecan de ingenuos, o bien apenas disimulan su actitud de obstrucción y sabotaje. Porque a estas alturas, como lo repetimos una y otra vez antier los panelistas, no es posible realizar ninguna de las otras reformas, todas ellas necesarias y urgentes, ni tampoco superar los desafíos terribles para el país que implican acontecimientos aterradores como los de Ciudad Juárez y Torreón el pasado fin de semana, sin contar con las instituciones para ello. Quienes alegan que antes de la reelección de legisladores, la segunda vuelta o el referéndum o la iniciativa preferente o las candidaturas independientes hay que… hasta rescatar a los niños huérfanos de Haití, en el mejor de los casos, dicen una quimera y, en el peor, ponen una trampa o una celada. Quiero decir, por cierto, que las reformas políticas necesarias, detalles más o detalles menos, son las que Felipe Calderón propuso en diciembre, y que se incluyeron en este libro desde principios de noviembre y que por separado han sido propuestas, todas ellas, en algún momento por alguno de los partidos políticos en las Cámaras.La segunda coincidencia surgió del público. Fue posible discutir durante dos horas sobre temas sólo mexicanos, entre especialistas y el público en general, sin dedicarle más de tres minutos al narco, a la violencia y al crimen organizado. Nosotros no tocamos el tema, pero en las preguntas tampoco surgió, con una excepción, que fue rápidamente despachada para pasar a otro tema. Si se propone uno hacerlo, es perfectamente factible hablar de México -bien o mal, no importa- en Estados Unidos y el mundo sin centrarse en la guerra del narco. Existe interés, discernimiento y capacidad para tocar oros temas. No es necesario obsesionarse ni con el narco ni reducir todo al crimen organizado y su violencia.Si el arrinconado y cercado gobierno de Calderón quiere cambiar el registro, lo puede hacer. Si quiere que se deje de asociar a México con la sangre, los muertos, los secuestrados y los decapitados, se puede lograr. Pero la primera condición para hacerlo es hablar de otra cosa, y tener algo distinto que decir. No todo el mundo se interesa tanto por el narco.Para cambiar la imagen de México en el mundo y Estados Unidos, sin duda hay que transformar la realidad mexicana que genera esa imagen, por deformada o fiel que la reflejen los medios. Pero también es preciso modificar el mensaje: lo importante en México no es el narco, ¡es el futuro, estúpidos! como diría James Carville en el cuarto de guerra de Bill Clinton. Y tenía razón. www.jorgecastaneda.org; jorgegcastaneda@gmail.com