Jorge G. Castañeda
El pequeño pánico que vivieron los mercados el miércoles con la amenaza filtrada por la Casa Blanca de que Estados Unidos pronto anunciaría su intención de retirarse del Tratado de Libre Comercio de América del Norte debe ser premonitorio. En varios sentidos.
La apreciación del peso de los últimos meses puede ser efímera, o en todo caso, precaria. Cualquier susto golpea a la moneda mexicana, y es lógico que así sea. Las razones que llevaron a su hundimiento entre noviembre y finales de enero siguen vigentes; sólo han sido desterradas de las primeras planas por la tranquilidad artificial generada por los propios medios internacionales y las corredurías y bancas de inversión. Los cambios constantes de opinión de Donald Trump son ya legendarios, incluso sin haber llegado a los cien días de gobierno. Su proclividad por los giros de 180 grados, ya sea por ausencia radical de convicciones, ya sea como táctica negociadora, seguirán proliferando y son, por definición, imprevisibles. Tampoco son negociables: de nada sirve llegar a un acuerdo con el propio presidente o con sus principales colaboradores, ya que ningún acuerdo resiste un cambio de parecer repentino.
Tampoco debemos caer en la tentación del alivio por motivos de distracción. No es porque surjan o se creen crisis en Corea del Norte, Siria, el mar del Sur de China o Venezuela, que Trump se olvidará de México. Para Trump, el TLC, el muro, las deportaciones y la guerra contra las drogas son temas de política interna tanto como externa. Los costos de un enfrentamiento con México debido al TLC son mucho menores que con China, Alemania, Rusia o la ONU. Los aplausos por cumplir las promesas sobre México con sus seguidores son mucho más sonoros que otros.
Si a todo ello sumamos las complicaciones de calendario ya descritas en estas notas hace unos días –y que se han corroborado: el negociador comercial ya no fue ratificado esta semana– vemos como no hay ningún motivo de optimismo en el panorama. Por eso ya es tiempo que el gobierno mexicano, a través del jefe del Ejecutivo, le explique claramente al país lo que ha sucedido y lo que va a acontecer en esta materia. ¿Cuáles son los tiempos de la renegociación del TLCAN? ¿Cuáles son las condiciones jurídicas reales e inamovibles de Estados Unidos y de Canadá? ¿Cuáles son las implicaciones político-electorales en México del verdadero calendario, y no del calendario deseado? ¿Cuáles son las consecuencias comerciales para México –y no del consuelo de tontos para Estados Unidos– de regirnos por reglas de la OMC? ¿Cuál sería el impacto comparativo e hipotético sobre la inversión extranjera directa en México durante los próximos 10 años de una renegociación verosímil y no ideal, por un lado, y de retirarnos ahora del TLC, por el otro?
Entiendo que Peña Nieto haya preferido ni pensar en estos dilemas, o en todo caso no compartir malas noticias con la sociedad mexicana para no asustarla. Había, quizás, una muy pequeña esperanza de que la actitud pública –insostenible en privado– de optimismo beato ante Trump en lo referente al TLC, se reivindicara en un futuro mediato. Después de la amenaza ni siquiera velada del miércoles, no sólo es iluso seguir albergándola. Es insensato.