La alianza nonata

El Financiero

Jorge G. Castañeda

El acuerdo nonato entre el PAN y el PRD para ir juntos a los comicios presidenciales de 2018 muestra las dificultades de cualquier tentativa de alianza en una elección sin segunda vuelta. La presidente del PRD se vio obligada a dar marcha atrás, escasas horas después de la conferencia de prensa conjunta de los dirigentes de ambos partidos. El PAN no pudo hacer más que permanecer callado; los simpatizantes de esta estrategia miran de lado cuando se les pregunta porque no funcionó en el Edomex.

Las tentaciones de una coalición PAN-PRD contra Andrés Manuel López Obrador, o de la misma quimera involucrando al PAN y al PRI, provienen de un cálculo electoral demasiado simplista. En cualquiera de las encuestas existentes, los posibles candidatos del PAN y del PRD suman más votos que AMLO. Lo mismo sucede con los del PRIAN. Por otro lado, López Obrador cada día parece contar con más probabilidades que nunca de ganarle a cualquier aspirante que postulen solos el PRI o el PAN (del PRD ni hablemos). Si su victoria es lo peor que le podría suceder a México, y la única manera de ganarle sea mediante una alianza, y si ambas posibles alianzas son teóricamente triunfantes, hagamos la alianza. Simplismo puro.

La falacia y la debilidad del argumento no yacen únicamente en lo esencial: la diferencia entre los votantes y sus líderes partidistas. Se originan en una evaluación equivocada de los intereses reales de los diversos candidatos realmente existentes. Para varios, figurar en la boleta y lograr un resultado respetable es más importante que cerrarle el paso a AMLO: Zavala-Calderón o Anaya por el PAN, pueden preferir perder solos, pero acumular fuerza para el futuro, en lugar de declinar a favor de un tercero que tal vez si derrote a AMLO pero no les traiga ningún beneficio. Lo mismo valdría para Mancera, un político joven cuya carrera no termina en el 2018. En el PRI no es exactamente igual, ya que allí manda un solo hombre, pero aun así, dudo que los cuadros o apparatchiks priistas acepten trabajar y hacer de las suyas en beneficio de alguien que no es de los suyos.

El verdadero problema reside en la actitud de los votantes. Hay algunas encuestas sobre segunda preferencia, pero todavía son demasiado hipotéticas. Sirve más la intuición y el análisis. En el caso PAN-PRD, dada la gran ventaja actual y futura de los azules (incluso en el Edomex), la pregunta es sencilla: si el candidato de la alianza es del PAN ¿dónde se irían los votantes perredistas? ¿Con Anaya, Zavala-Calderón o Moreno Valle, o incluso con un tercero en discordia, ni panista ni perredista? ¿O con AMLO, su querencia natural?

Las cúpulas pueden ponerse de acuerdo, pero las bases –es decir, los cuadros y los electores– no los van a seguir. Los ejemplos estatales confirman esta afirmación. AMLO no estaba en la boleta, e incluso una representante tan deslucida como Delfina en el Edomex le robó votos tanto al PAN como al PRD.

A nivel presidencial, los votantes no son intercambiables en México a menos de que se haga una campaña explícita y proactiva por el voto útil, como lo hizo Fox en 2000. Aun así, hoy, con la polarización vigente, se antoja imposible. Mejor entonces una candidatura independiente, que sí le pueda quitar votos a AMLO, pero también al PAN, al PRD, hasta al PRI, y a los abstencionistas. Lo demás son cuentas de vidrio, apantallapendejos y deseos piadosos de una comentocracia timorata.

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