Jorge G. Castañeda
Mucho se ha comentado que, al final, la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos nos ha hecho menos daño de lo que se esperaba. No hay muro, el TLCAN sigue vigente, las deportaciones no se han disparado; en fin, nada del otro mundo. Sin embargo, a reserva de que en un ámbito específico –la inversión extranjera directa en México en 2017– los datos completos, agregados y desglosados, demuestren lo contrario, parece que sí hemos padecido un daño muy particular y muy dramático.
De acuerdo con los datos de Car Book of Deals 2017 Annual Review, del Center for Automotive Research, publicados en Reforma el 29 de marzo, la inversión extranjera directa en la industria automotriz en México, en 2017, sumó 208 millones de dólares, o el 1.9% de la inversión total en América del Norte. Si bien la fuente no proporciona la cifra para el 2016 o 2015, sí nos la brinda para el período 2009-2017 –120 mil millones de dólares– y podemos sacar un promedio. El monto anualizado para ese lapso fue de 15 mil millones de dólares; es decir, 75 veces más que en 2017. México captó durante ese período el 21% del total de la IED.
En cuanto a la proporción para los tres países de América del Norte, México recibió sólo el 1.9% en 2017. Estados Unidos y Canadá representaron el destino de lo demás. La caída es brutal.
Los motivos pueden ser múltiples. En primer lugar, desde luego, el efecto Trump. En varios sentidos. Para empezar, el cabildeo del actual ocupante de la Casa Blanca en esta materia: a las automotrices estadounidenses, europeas y asiáticas, les ha dicho ¡regrésense! Ni todas le hacen caso, ni cuentan igual. Pero es un factor. En segundo lugar, la renegociación del TLCAN sí afecta. Trump y sus negociadores han hecho del tema automotriz el meollo del diálogo, y eso desde luego espanta a las empresas norteamericanas y del resto del mundo. Nadie quiere invertir en dicho sector en México mientras no se sepa a ciencia cierta cómo quedarán las nuevas reglas del juego.
Por último, aunque pienso que por ahora no sea un factor decisivo, la incertidumbre sobre el resultado de las elecciones del 1 de julio sí pesan. La posible victoria de Andrés Manuel López Obrador no debe figurar como un criterio para que los grandes consorcios de fabricación de automóviles del mundo desistan, por ahora, de invertir en México. Pero probablemente se trata de una explicación adicional.
Las inversiones no realizadas en 2017 entrañarán consecuencias en los años por venir. Se trata de decisiones ya tomadas. Ya fue. El reto ahora es cómo reestimular las inversiones en los años siguientes, a sabiendas de que el ambiente será desfavorable. Como punto de partida, convendría comprender que seguir pensando –y afirmando– que Trump no nos perjudica, es absurdo. Allí está la prueba.