El movimiento feminista y contra la violencia de género enfrenta un doble reto este fin de semana. Se ha fijado metas ambiciosas —con toda la razón— pero hasta cierto punto contradictorias. La marcha del domingo puede y debe ser multitudinaria, sobre todo en vista de las comparaciones posibles: más o menos gente que tal o cual manifestación en el Zócalo, hace un mes, un año, o medio siglo. Las comparaciones son a la vez simplistas y fáciles, y es muy probable que las mujeres salgan airosas del desafío que se plantearon.
Ilustración: Kathia Recio
El paro del lunes es más complicado. En general, y si nos remontamos a las huelgas generales del movimiento obrero de hace casi ya 150 años, este tipo de manifestaciones son difíciles de medir y de cumplir con éxito. Si el gobierno de turno es hostil —después del “yo ni sabía del 9M” de AMLO es imposible pensar otra cosa— resulta muy sencillo mostrar fotos de millones de mujeres trabajando, es decir, no colaborando con el paro. Es mucho más complejo presentar pruebas documentales de mujeres “no trabajando”. Además, aún cuando no haya represalias por dejar de asistir al trabajo de cada quien, en muchos casos esto representa una merma de ingresos, debido al destajo: menos clientes, ventas, resultados, visitas, etc. A la hora de la hora, muchas mujeres trabajadoras no pueden permitirse el lujo no de perder un día de salario, suponiendo que fuera el caso, sino de sacrificar un día de ingresos, que no es lo mismo.
¿Con qué criterios podremos evaluar el éxito de ambas demostraciones de fuerza y de ira? El domingo, con números, más o menos medibles. Sobre todo si nadie atiende la histeria del coronavirus y deja de asistir por miedo al contagio. Se trata de una muestra de fuerza tradicional, con el pequeño riesgo de que la comparación internacional —inevitable, por tratarse del Día Internacional de la Mujer— pueda o no resultar favorable. Pero por todos los datos disponibles, en términos de números, el 8M debe salir muy bien.
El día siguiente es más complicado, y menos evidente. Hicieron muy bien las organizadoras en recurrir a un instrumento de lucha imaginativo, audaz y pertinente. Pero elevaron mucho la vara, sobre todo cuando no necesariamente previeron la oposición de un gobierno que por lo menos en la capital del país, ejerce una enorme influencia sobre el empleo, el transporte, el comercio y la comunicación en medios. López Obrador sigue siendo un presidente popular, y siempre ha sido rencoroso y resentido. Seguramente quienes concibieron el paro pensaban que si bien no contaban con el respaldo de la 4T, tampoco enfrentarían su rechazo u oposición.
Ojalá la fuerza del domingo convenza al oficialismo de no tratar de desacreditar al movimiento del lunes. O de no ser el caso, esperemos que el paro revista la mayor presencia mediática posible. Pelearse con el gobierno de turno no es sencillo; millones de mexicanas y de mexicanos lo saben, desde tiempos ancestrales.