Ante EE. UU. y el Supermartes, la aberración de algunos mexicanos

Ante los resultados preliminares del llamado Supermartes en Estados Unidos, que muestran la transformación de la contienda del partido Demócrata por la presidencia en una carrera entre dos, conviene disipar o rebatir dos ideas muy primitivas, ignorantes o provincianas.

Salvo un desempeño inesperado de parte de Mike Bloomberg —no descartable en California, sobre todo— la candidatura Demócrata se jugará a partir del miércoles entre Bernie Sanders y Joe Biden. El equipo de trabajo, la mancuerna de vicepresidente, y el programa de cualquiera de los dos que gane será más o menos el mismo: centro-izquierda, proEstado de bienestar, un tinte proteccionista y antichino, promigrantes, antiTrump al extremo. Sanders tendrá que deslizarse hacia el centro si se lleva la candidatura; Biden deberá hacer lo mismo, pero hacia su izquierda, si se la lleva él.

He escuchado o leído la tesis —simplemente tonta, aunque inocua— que como a México le conviene el enfrentamiento entre China y Estados Unidos, y Trump es más antichino que cualquiera de los Demócratas, a México le conviene que gane Trump. Podremos aprovecharnos de lo mal que le vaya a China por el coronavirus, por Trump, por todo. La tesis presupone que los chinos son muy inocentes, tontos y débiles, y que México, con nuestra gran habilidad diplomática, comercial, financiera y geopolítica, sacaremos provecho de la crisis actual del “imperio del medio”. Suerte con semejante ingenuidad.

La otra tesis es menos inocua, y más aberrante. De buena o de mala fe, por ignorancia o insularidad, varios mexicanos —desde López Obrador y Ebrard hasta parte de la comentocracia y del empresariado— piensan que a México le conviene más Trump que cualquiera de los Demócratas posibles. La razón: el tratadito T-Mec, y la supuesta crítica que Sanders sobre todo, pero también Biden si se ve obligado a aliarse con Sanders, han enderezado contra el mismo. Dejo de lado lo absurdo de poner en la balanza algunas escasas ventajas comerciales —discutibles, por lo demás— contra el enorme daño que Trump le ha infligido a millones de mexicanos en México y en Estados Unidos, y las terribles humillaciones a las que ha sujetado al país a través de los gobiernos de Peña y AMLO.

Me concentró en un argumento que hasta los más necios y simples pueden entender. Con la excepción de Rusia y Netanyahu en Israel, ningún país en el mundo ve con buenos ojos la reelección de Trump. Ni los ricos ni los pobres, ni los autoritarios o los democráticos, ni los grandes ni los chicos. Bolsonaro quizás sea el único mandatario de un país importante que prefiera a Trump, aunque en esta materia, por lo menos, refleja el sentimiento de un pequeño sector de su país. Ni siquiera Boris Johnson comparte esta visión.

Supongamos que el interés nacional mexicano se alinee con la reelección de Trump. Entonces dicho interés nacional es distinto y opuesto al de casi todos los países del mundo, salvo un par de regímenes autoritarios o de extrema derecha. ¿Que hace que seamos tan diferentes de todos los demás? ¿La frontera? ¿La 4T? El ¿love affair” de AMLO con Trump? ¿Nuestra incapacidad —innegable— de ponerle límites propios a los delirios del gobierno actual?

Para el mundo entero, la derrota de Trump se ha vuelto una especia de imperativo categórico. Por el cambio climático, por el sistema jurídico internacional, por el derecho de asilo y la migración, por la paz y seguridad en varias zonas incendiadas de la tierra, por el unilateralismo desenfrenado, por la maldad que encarna, a nadie le conviene la permanencia de Trump en la Casa Blanca. Anteponer el T-Mecsito, con sus ventajitas y sus minúsculas seguridades, al interés de la humanidad entera, es una aberración, digna de una pequeñez de espíritu que debiera avergonzar a cualquiera que siquiera la imagine. Patético.

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