CIUDAD DE MÉXICO — No hay manera sencilla de lidiar con la migración proveniente de México y Centroamérica. No la hay en épocas de recesión económica y mucho menos durante una pandemia global. Esto es verdad tanto para México como para Estados Unidos. Es cierto sin importar que el gobierno estadounidense en turno sea uno decente y progresista como el del presidente Joe Biden o uno nativista y reaccionario como el del expresidente Donald Trump.
Las fuerzas que compelen a la gente a dejar su hogar y migrar hacia el norte han existido y evolucionado desde hace décadas. Para los mandatarios estadounidenses ha sido una pesadilla abordar este problema, el cual, a su vez, implica un escenario de horror para los gobiernos de México y Centroamérica.
Lo que complica este problema para Biden es la realidad actual en México: una muy distinta a la que enfrentaron Bill Clinton, George W. Bush, Barack Obama e incluso Trump. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, conocido como AMLO, está manejando de manera catastrófica todas las facetas de la situación de su país, desde la pandemia hasta la economía, los altos índices de delincuencia y violencia y el deterioro de las instituciones democráticas, el Estado de derecho y los derechos humanos.
El gobierno de Biden, de manera contradictoria con los objetivos de su propia agenda y los esfuerzos a largo plazo a favor de los derechos humanos y la democracia, ha entablado un acuerdo corto de vista con México para atender de inmediato la “crisis de los menores” al sur de la frontera frenando la migración mediante la continuación de algunas de las políticas de la era de Trump. Esta hazaña no fue nada fácil de conseguir, pues requirió que Biden convenciera a AMLO de cooperar, y “cooperar”, en este ejercicio diplomático, suele ser un eufemismo para hacer el trabajo sucio de Estados Unidos.
A cambio de la colaboración de López Obrador, el gobierno de Biden se ha abstenido de criticar su creciente autoritarismo. Eso es decepcionante y podría presagiar problemas para México. Con una oposición debilitada, un poder judicial atemorizado, un ejército corrupto (que puede ser comprado con contratos sustanciosos por lo que sea, desde aeropuertos hasta cajeros automáticos), una élite intimidada y una sociedad civil desorganizada, el único elemento político que le queda a AMLO por contener es Washington.
Hasta el momento, el gobierno de Biden se ha mostrado reacio a pronunciarse sobre aspectos de su agenda bilateral que suponen inquietudes legítimas como la gestión macroeconómica, las energías renovables y el Estado de derecho. Los funcionarios estadounidenses temen que hacer esto pueda ofender a López Obrador y afectar su disposición a ayudar a reducir el creciente número de niños que llegan a la frontera.
En pocas palabras, el presidente Biden ha sacrificado sus principios por conveniencia dándole a López Obrador carta blanca para continuar su gobierno iliberal, un precio muy caro a cambio de su cooperación. Esta estrategia vincula la crisis en la frontera con la crisis política en México. La única manera de cambiar esta situación es denunciar los abusos que ha cometido López Obrador, como amenazar a las autoridades electorales, señalar publicaciones intelectuales o respaldar la extensión de dos años del mandato del presidente de la Suprema Corte de Justicia, una decisión que sus críticos tildan de inconstitucional. Biden no debería permitir que el desorden a corto plazo en la frontera eclipse la necesidad de estabilidad a largo plazo de México.
El enfoque miope de Biden, que no dista mucho del de su predecesor, se presenta justo cuando una ola de migrantes provenientes de México está entrando a Estados Unidos sin autorización. Esto podría continuar durante años. El aumento de migrantes varones mexicanos es el verdadero desafío. Según el Consejo Nacional de Población de México, 1,5 millones de mexicanos migraron a Estados Unidos entre los años 2016 y 2020. La cantidad de mexicanos que dejan su país principalmente para buscar empleo en el norte ha aumentado de manera considerable desde mediados del año pasado.
Lo más probable es que esa cifra en realidad sea mucho mayor, ya que muchas personas, sobre todo los hombres solteros, hacen varios intentos para cruzar la frontera.
Para muchos migrantes mexicanos, esta atracción a la frontera estaba clara incluso antes de que Biden resultara electo. En 2018, antes de que López Obrador entrara en funciones, y mientras la economía mexicana crecía, si bien a paso lento, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza detenía a un promedio de 18.500 migrantes provenientes de México al mes. En 2019, ese promedio mensual de migrantes mexicanos detenidos se incrementó un poco, y la proporción que representaban del total de detenciones anuales disminuyó, en parte debido a la política inicial de AMLO de abrirles las puertas a los centroamericanos que comenzó en mayo. Ese mes, las detenciones de centroamericanos se dispararon a 104.000 de apenas 76.000 en abril.
Eso hizo que Trump se enfureciera y amenazara con imponer aranceles de hasta el 25 por ciento a todas las importaciones de origen mexicano. Eso bastó para que López Obrador cediera, apostara más soldados en las fronteras sur y norte del país a fin de impedir que los centroamericanos llegaran a Estados Unidos y aceptara el vergonzoso Protocolo de Protección al Migrante, bajo el cual los solicitantes de asilo deben quedarse en campamentos improvisados ubicados en ciudades fronterizas plagadas de delincuencia en México, a menudo en condiciones insalubres, a esperar la fecha de sus audiencias.
Como consecuencia, en junio del año pasado, las detenciones de migrantes centroamericanos cayeron a tan solo 3753. Sin embargo, por otra parte, casi 298.000 migrantes mexicanos fueron detenidos el año pasado, el total anual más elevado desde 2010. Conformaron el 65 por ciento de todos los migrantes detenidos en la frontera. En tanto que las economías de Estados Unidos y México se sigan moviendo en direcciones opuestas, las personas seguirán acudiendo al norte en busca de oportunidades.
El pasado puede ofrecer pistas de lo que depara el futuro. A mediados de la década de los noventa, la economía mexicana se vino abajo en la crisis conocida como el Efecto Tequila, mientras que Estados Unidos gozaba de la bonanza de Clinton. Fue en esta época que repuntó la migración no autorizada desde México, por lo que la población indocumentada creció de 5,7 millones en 1995 a 8,4 millones en los primeros años de este siglo.
En la actualidad, México está inmerso en su peor depresión económica desde la década de 1930, tras contraerse más de un ocho por ciento en 2020. Se prevé que su recuperación será lenta. Mientras tanto, Estados Unidos está viviendo una recuperación económica formidable, tras sufrir una contracción modesta del 3,5 por ciento el año pasado.
¿Quién construirá las nuevas autopistas y puentes de Estados Unidos? ¿Quién se encargará de las obras de construcción que se extienden a lo largo de las ciudades? ¿Y quién servirá a los clientes de los innumerables restaurantes a los que acudirán los estadounidenses cuando vuelvan a abrir? Muchos de ellos serán inmigrantes mexicanos.
No obstante, hay una gran diferencia entre mediados de los noventa y ahora: AMLO. Puede que la corrupción sea endémica en México, pero sus posturas cada vez más nacionalistas, estatistas, populistas y autoritarias están empezando a amenazar la democracia mexicana de apenas 25 años al destruir las instituciones de transparencia y el sistema de pesos y contrapesos. Incluso durante los años corruptos de la presidencia de Enrique Peña Nieto, las instituciones democráticas fueron respetadas. No debemos juzgar estos acontecimientos a la ligera.
El gobierno mexicano también ha fallado en la implementación del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá, al dejar en manos de las empresas la decisión de invocar las cláusulas de arbitraje si así lo desean. Los sindicatos estadounidenses y los ambientalistas deben vigilar prácticamente solos el cumplimiento de las disposiciones del tratado en materia de derechos laborales. Sin embargo, AMLO no ha enfrentado mucha resistencia de parte de la mayoría de los funcionarios estadounidenses. En Washington, son miembros demócratas progresistas del Congreso principalmente quienes están señalando su reincidencia en el autoritarismo.
La reticencia de Biden a criticar las políticas de AMLO es comprensible pero errónea. Por el contrario, debería dejarle claro a México que el convenio fáustico que Trump entabló con AMLO —haz lo que quieras, siempre y cuando evites que los centroamericanos entren a Estados Unidos— ya no es aceptable. Biden debe tratar a México con el mismo rigor que a países como China, Rusia y Guatemala. Debe colaborar con López Obrador, pero también presionarlo abiertamente para que tome medidas en todos los frentes: cambio climático, derechos humanos, corrupción, Estado de derecho, democracia y transparencia. Cuidar a los niños en la frontera es importante, también lo es cuidar a México.