En un país con nula historia de competencia electoral (25 años no son nada), es lógico que no se hayan arraigado las mejores prácticas de la democracia representativa. Se entiende que los viejos vicios priistas perduren; sus antídotos no han ingresado de lleno al organismo social mexicano. Más aún, como siempre he dicho, el priismo no le impuso nada a México; México se impuso a sí mismo el priismo, que es la quintaesencia del carácter nacional. Por eso, no debe extrañarnos el afán de varios empresarios, comentócratas y políticos de subsumir la sucesión presidencial a la designación del candidato de Morena, y a encontrarle, cada quien, las extraordinarias virtudes que nadie más le ha descubierto.
Así, Sheinbaum es sencilla, humana, honesta e íntegra; Ebrard es un socialdemócrata de clóset; A. A. López posee un talento negociador de antología. Este comportamiento le permite a cada quien optar por incidir, a su manera, en la sucesión dentro de Morena, en lugar de ubicarse claramente en la oposición y desentenderse de lo que suceda en el partido de la 4T: un sano desinterés. Pero, sobre todo, quienes así se comportan harían bien en pensar si realmente simpatizan con cualquiera de los aspirantes palomeados por López Obrador, a la luz de su desempeño en el gobierno.
Hasta ahora, Ebrard llevaba la delantera en la contienda de la ignominia: había tragado un ejército de sapos e incurrido en un sinnúmero de osos sin que las metáforas zoológicas afectaran su popularidad entre quienes admiran su corrupto pragmatismo. No que su presidente cante mal las rancheras, con su palabra empeñada de que, al año, el tramo del Metro destruido habría sido reparado. Pero la jefa de Gobierno se voló la barda con su reacción ante la tragedia de la Línea 12, que no se limita a la respuesta inmediata, sino que se extiende al conjunto de medidas —y no medidas— a lo largo ya de un año. La mejor de todas: acusar a los noruegos de corruptos, querer demandarlos incluso penalmente, y negarse a divulgar su tercer y último informe.
Seguramente hay noruegos tranzas. Es posible que la empresa DNV los haya contratado a todos para conspirar contra Sheinbaum, AMLO, los capitalinos y la 4T. Incluso podría caber en la fatalidad que el abogado involucrado en el supuesto conflicto de interés —el tal Héctor Salomón Galindo— sea un vikingo embozado, y que Marko Cortés haya viajado de incógnito a Oslo o Bergen para sobornar a los “adversarios” escandinavos. O que la jefa de Gobierno no sabía nada de todo esto cuando contrató a los “mejores del mundo”, que llevaban desde 1864 engañando a media humanidad. Pero ésta no constituye la hipótesis explicativa más probable. La más plausible consiste en el encubrimiento del contenido del tercer informe.
López Obrador ha tenido éxito en presionar —algunos dirían extorsionar— a empresas extranjeras: Constellation, Calica, Aeroméxico y Volaris (ya no son mexicanas), y varias más. Es probable que DNV sucumba ante las amenazas de castigos, penalidades, no pagos y demandas, y no haga público su tercer informe. Ya se han producido algunas filtraciones: negligencia mayúscula de Ebrard en la construcción, de Mancera en la reparación, de Sheinbaum en el mantenimiento. Habrá más. La conspiración inventada por la jefa de Gobierno crecerá, hasta incluir a medios, intelectuales, gobiernos extranjeros y otros “traidores a la patria”. Porque el contenido del informe noruego debe ser demoledor para el régimen; si no, resulta inexplicable la audacia o desvergüenza de rechazar las conclusiones de un peritaje que el mismo gobierno contrató, pagó (con nuestros impuestos) e inicialmente aceptó.
¿Ésta es la “buena”? ¿La decente? ¿A la que es necesario hallarle virtudes escondidas? En cualquier país normal, un anuncio como el que hizo ayer Sheinbaum conduciría a una renuncia, o a un intento de destitución, sin hablar de la avalancha de críticas en todos los ámbitos de la sociedad. En México no. Descalificaría a la actual jefa de Gobierno, y al penúltimo, para cualquier cargo público, sin hablar de la Presidencia. Aquí no. Por eso se cae el Metro.