Muchos columnistas, y algunos reporteros, señalaron desde agosto las debilidades, imprecisiones, prisas y contradicciones del informe de la Comisión de la Verdad sobre Ayotzinapa. La detención de Murillo Karam, del general José Rodríguez y de otros cuatro militares, la falta de verificación de los pantallazos de los celulares de los narcos, la renuncia del fiscal encargado de la investigación, han sido mencionadas como razones para dudar de una conclusión confiable, definitiva y judicializable. El propio GIEI, en público y en privado, ha mencionado sus dudas sobre toda la nueva investigación, y ha cuestionado los motivos que llevaron a que no fuera consultado ni informado sobre los resultados.
Pero faltaba una narración completa, con fuentes robustas, incluyendo entrevistas con el propio Alejandro Encinas, para presentar una visión coherente y creíble de este desaguisado de la 4T (uno más). Para eso está la prensa extranjera, no sujeta a las presiones, a la escasez de recursos financieros y humanos, al miedo y a la impericia propios de la nacional. De nuevo, es The New York Times quien nos informa del tiradero de la Comisión de la Verdad y de sus conclusiones. López Obrador podrá alegar que el diario neoyorquino no defiende a los pobres del mundo (¿por qué lo haría?), y Encinas podrá sorprenderse de ver impresas sus declaraciones, pero si no fuera por los periodistas del Times, no nos enteraríamos del desastre de la investigación morenista de Ayotzinapa.
La comentocracia con acceso al Times (en inglés o en español) resumirá el largo artículo —una plana entera— y le dará cierta difusión en México. Uno que otro noticiero de los medios electrónicos reproducirán sus principales hallazgos. Las redes sociales extenderán su alcance más que hace veinte años. Pero es inevitable frustrarse —peor: desesperarse— de que todavía en el año 2022, en un país democrático del tamaño y de la modernidad de México, debamos depender de los medios extranjeros para saber lo que sucede aquí mismo.
Encinas no ayuda, aunque su candor refleja su decencia. No le confesó a La Jornada o a Milenio —los dos medios afines al régimen— que buena parte de las pruebas no habían podido ser autentificadas. No le contó a Proceso sus intercambios con Zerón. No hablaron con TV Azteca las otras fuentes que revelaron las prisas, las presiones de Palacio, y los pleitos con la Fiscalía. Todos optaron por confesarse con el rotativo estadunidense, por una razón u otra.
Al igual que con el reportaje sobre la tragedia de la Línea 12, habrá acólitos del gobierno que apuntarán a la flaqueza de la nota. Dirán que las declaraciones de Encinas fueron sacadas de contexto, que algunas fuentes son anónimas, que, así como con Guacamaya, no hay nada nuevo en el reportaje. Y los más ignorantes e imbéciles inventarán una nueva conspiración: alguien instruyó al NYT para que atacara a AMLO porque ha perdido sus privilegios, sus lectores, su influencia, y sus corresponsales son unos vendidos que sólo frecuentan a enemigos del pueblo.
Pero en 2022 no tenemos más remedio que resignarnos ante la impotencia, incompetencia e indigencia de los medios en México. Si alguien quiere quejarse de la baja calidad de la democracia mexicana, debe dirigir la mirada a la prensa escrita. Es patética.