Es como un mantra del latinoamericanismo: la integración regional es a la vez una meta inalcanzable y altamente deseable. Nunca he entendido exactamente qué significa, ni por qué contiene un valor positivo intrínseco. Pero no hay discurso de mandatario de América Latina que no la mencione por lo menos en una ocasión.
Ahora que se supone que conviven puros gobiernos de izquierda en la región —López Obrador, Petro, Lula dentro de mes y medio, Boric, Fernández, Castillo, y Arce, más las dictaduras—, dicha integración debiera ser más probable. No sólo porque, a diferencia de los gobiernos de derecha que son manipulados por Washington para dividirlos eternamente, ser de izquierda necesariamente implica ser partidario de la integración. Y qué mejor oportunidad para echarla a andar con una nueva unidad “de los pueblos” que a través de una candidatura única, progresista y viable, de un representante de la nueva marea rosa para la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo, o BID.
Como se sabe, el último presidente, el norteamericano Mauricio Claver-Carone, fue destituido hace un par de meses por violaciones éticas. Llegó a la cabeza del banco porque en 2020 Trump quiso colocar allí a un connacional, y los latinoamericanos no pudieron ponerse de acuerdo en una alternativa. Esta vez se presentó un brasileño, Ilan Goldfajn, propuesto por Bolsonaro pero susceptible de ser avalado por Lula; una mexicana, Alicia Bárcena, también apoyada por Bolivia, que se retiró al mes; Nicolás Eyzaguirre, un chileno más o menos afín a Boric; un segundo mexicano, Gerardo Esquivel de Banxico, postulado por López Obrador; y, aparentemente, una candidatura argentina, que será develada el viernes, cuando se cierran las candidaturas. En otras palabras, serán cinco candidatos, presentados por cinco gobiernos de izquierda. ¡Qué unidad!
Más allá de si Bárcena fue vetada por Estados Unidos o se retiró por razones personales (que conocía antes de ser postulada), o de si Esquivel fue aceptado previamente por Estados Unidos, ya que ahora Hacienda, Relaciones y López Obrador sí hicieron la tarea, o si Argentina finalmente propone a su ministro de Hacienda, Sergio Massa, como se ha mencionado en la prensa de Buenos Aires, se trata de un fiasco. Por definición, uno de los candidatos va a ser electo. Probablemente sea el brasileño, si dentro de sus negociaciones con el centro-derecha de Brasil, Lula realice ese guiño en dirección a ese sector. Nunca ha habido un presidente brasileño (mexicano o chileno, sí); se trata de un buen técnico; todos quedarían satisfechos.
Pero no contentos. López Obrador, el de mayor antigüedad, no habría podido convencer a sus colegas de izquierda que respaldaran todos a su candidata de izquierda, a pesar de sus excelentes credenciales, ni a su candidato técnico, a pesar de las suyas. Boric sólo postuló a Eyzaguirre porque Washington le pidió que apoyara a otro exministro de Hacienda chileno, Andrés Velasco, pero no lo quiere, y por lo tanto no resentirá mucho su derrota. Los argentinos ya están acostumbrados a perder siempre, y no se decepcionarán demasiado. Y los que insistían en que la próxima presidencia debía ser ocupada por una mujer tendrán que esperar unos años. Ni modo.
El problema es que la izquierda latinoamericana, la del Grupo Puebla y del Foro de São Paulo, no se pone de acuerdo. Y no lo hace, porque afortunadamente sus liderazgos e ideologías no son uniformes, y sus intereses nacionales sí son divergentes. Conviene incluir también como factor explicativo a la simple incompetencia, sobre todo en el caso de México, que va hacia un tercer fracaso al hilo, que sólo será interrumpido por nuestra candidatura a la Corte Internacional de Justicia. Esta es la realidad de la integración latinoamericana, incluso de izquierda. Y la de La Nueva Soledad de América Latina, título del libro recién publicado por Ricardo Lagos, Héctor Aguilar Camín y el que escribe.