Es notable cómo hasta personas inteligentes y dotadas de cierta cultura y formación pueden afirmar tonterías a propósito de Cuba. No es el caso de López Obrador, que dice tonterías sin poseer esos atributos. Pero conviene recordar algunos hechos en torno al embargo, que los castrófilos llaman bloqueo, para que los términos del debate queden claros. Todo esto en el entendido de que aun si todas las sandeces de los acólitos de la dictadura isleña fueran ciertas, nada de ello justificaría la violación masiva de derechos humanos ni la total ausencia de libertades en Cuba.
Un bloqueo, de acuerdo con el derecho internacional, las tradiciones diplomáticas y la historia naval, es un acto militar impuesto por un país a otro (otros) para impedir el libre paso de buques (armados o no, neutrales o no, de comercio o de pasajeros) navegando con cualquier pabellón, para atracar en algún puerto de dicho país. Si no se trata de un bloqueo exclusivamente naval, puede también aplicarse por tierra, y en su caso, a partir de la Primera Guerra Mundial, por aire. Quizás el caso más conocido de los tiempos modernos fue el bloqueo continental aplicado por la Francia napoleónica y las regiones de Europa ocupadas por ella al Reino Unido (al igual que Cuba, para que entiendan: es una isla) en 1806. Una de las reglas claves del derecho internacional para establecer la legalidad de un bloqueo fue siempre que debía aplicarse a todos los países, es decir, no selectivamente.
El embargo comercial (y financiero) impuesto por Kennedy a Cuba en febrero de 1962 fue sólo de Estados Unidos a Cuba. Nunca impidió que otros países comerciaran con la dictadura, ni entonces, ni ahora, aunque buscaba convencerlos. En ese momento se trató de un decreto presidencial, sin aprobación del Congreso; en 1992 y 1994, se transformó en un acto legislativo (sólo derogable por el Congreso) debido a la Cuban Democracy Act y la Ley Helms-Burton, que incluía una cláusula de extensión territorial a otros países, que nadie aceptó. Desde la presidencia de Carter, e incluso durante las de Reagan, Bush 1 y 2, y Trump, Cuba pudo comprar alimentos y medicinas a Estados Unidos, a condición de pagar al contado. Decenas de países del mundo entero han comerciado con Cuba desde 1962, desde la España franquista hasta las dictaduras latinoamericanas, e incluyendo a México, la ahora Unión Europea, China, la URSS y Rusia.
Cada país tiene el derecho de comerciar con quien quiera. Estados Unidos ha decidido, por una serie de razones principalmente de índole interna y local, no hacerlo con Cuba desde hace 61 años. Hoy, la Unión Europea, Canadá, Japón y algunos países de otras regiones no comercian (salvo petróleo y gas) con Rusia, debido a su invasión de Ucrania. Durante muchos años, un gran número de naciones —entre ellas México— no comerciaron con Sudáfrica, debido al régimen de apartheid. Incluso Reagan, al final de su mandato, aceptó imponerle sanciones económicas a Sudáfrica. En los hechos, México también dejó de comerciar con España entre 1939 y 1977, con la República Popular China entre 1949 y 1972, y con Chile entre 1973 y 1990. Algunos países, sobre todo de la Liga Árabe, y sectores importantes de la sociedad civil progresista en Estados Unidos y Europa hoy, apoyan el movimiento Boycott, Divestment and Sanctions (BDS) contra la ocupación israelí de la ribera occidental. Y varios países latinoamericanos (incluyendo a México), junto con Estados Unidos y Canadá, impusieron sanciones y votaron por congelar programas y préstamos del Banco Mundial y del BID a Honduras después del golpe que depuso a Manuel Zelaya en 2009. A unos les pueden parecer injustas, ineficaces o inmorales ciertas sanciones, e imperativas otras. Es un tema a debate actualmente en el mundo, y lo ha sido por lo menos desde el siglo XIX. Pero pensar que el asunto se reduce a Cuba hoy es simplemente absurdo.
La segunda estupidez que proclaman los admiradores de la dictadura se refiere a los efectos del embargo. Este ha estado en vigor, con altos y bajos, desde 1962. A lo largo de estos 61 años, Cuba ha pasado por etapas de cierta prosperidad —los setenta y ochenta, y en 2015-2016—, de graves crisis —el llamado período especial—, y de mediocre desempeño económico y social —casi todo el tiempo—. El embargo fue una constante; la catástrofe económica actual, no. Las variaciones dependieron siempre de si los Castro se conseguían un mecenas, o no. Cuando lo hubo —la URSS, Venezuela, las remesas de Miami—, el embargo no afectaba mayormente. Cuando tuvieron que prescindir de los subsidios de otros —o del internacionalismo proletario, como quieran—, el embargo complicaba las cosas, pero hasta allí. El único que se pone histérico con el embargo como factótum de todo lo que sucede en Cuba es AMLO, junto con su séquito de fanáticos de Silvio Rodríguez.
Incluso siempre pensé que la aceptación cubana del deshielo con Obama se debió en el fondo a la búsqueda de un nuevo padrino benefactor: el imperialismo. Pero llegó Trump (el amigo del Peje) y mandó parar.