Hagamos a un lado la naturaleza bananera de la gestión gubernamental ante el presidente chino. Es infantil, provincial y prepotente pensar que México va a tranquilizar a los legisladores norteamericanos que desembarcaron en Palacio hace un par de semanas prometiéndoles que el inquilino se comunicará con Xi Jinping para pedirle que su país cese de enviar precursores del fentanilo a México. Resulta igualmente ingenuo creer que las autoridades de Beijing responderán de otra manera que no sea insistir en que ellos regulan el comercio de los productos pertinentes, que vigilan de cerca las exportaciones de los mismos, y que el problema radica en la demanda estadunidense. Supongamos por un instante que a López Obrador se le ocurrió una astuciosa maniobra para salir al paso de las quejas de los Republicanos y Demócratas que lo visitaron y hacer gala de gran ingenio, audacia y capacidad diplomática al ofrecerles interceder ante el líder chino para que ya no mame.
López Obrador carece por completo de las credenciales para solicitarle lo que fuera a Xi, por una sencilla razón. Al cumplirse casi cinco años de su elección —y virtual acceso al poder— no se ha encontrado una sola vez con el jefe de la supuesta superpotencia. No se ha tomado la molestia de organizar un solo encuentro con el líder del país más poblado del mundo, de la segunda economía del mundo, de la potencia emergente más significativa del mundo.
No le han faltado oportunidades. Podía haber viajado a Beijing y a Washington durante el período de transición, entre julio y diciembre de 2018. Podría haber realizado una visita oficial —o hasta de Estado— en cualquiera de sus primeros cuatro años en la Presidencia, salvo entre marzo de 2020 y mediados de 2021, debido a la política de cero covid del gobierno chino. Podría haber acudido a las reuniones de APEC o del G-20, en las que participó Xi, y donde el presidente de México siempre está presente. O, en el peor de los casos, hubiera podido intentar una gestión intensa con los chinos para convencer a Xi de viajar a México, camino a la Asamblea General de la ONU en cualquiera de estos años, o acoplando su visita a nuestro país con otras a América Latina.
Nada de esto sucedió: terminará el sexenio, y el presidente de México no se habrá reunido ni una sola vez con el de China. Los tontos útiles que respaldan a AMLO por creer que es un líder mundial, o regional, o por lo menos digno de México, y que siguen aplaudiendo su decisión de no viajar ni hacer política exterior, ya difícilmente pueden seguir repitiendo la estupidez de que la mejor política exterior es la política interior.
El problema con Estados Unidos sobre el fentanilo, la DEA, la categorización de los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas, son todos retos internos para México, como lo son para Estados Unidos. Me parece descabellado pensar que China puede ser parte de la solución para superar cualquiera de estos desafíos. Pero, de ser el caso, ¿no hubiera valido la pena tomarse la molestia de encontrarse con Xi Jinping, por lo menos en una ocasión? ¿En serio el Peje no se arrepiente de no haberlo hecho? ¿De verdad Ebrard no lamenta su incapacidad para convencerlo? ¿Xi, amigo, como le dice AMLO, el pueblo está contigo? ¡De dónde!