Pareciera que toda la comentocracia, y la clase política, dan por buena la versión según la cual López Obrador anunció la semana pasada que había decidido adelantar los tiempos sucesorios dentro de Morena. Según El País, primero, y luego casi todos, afirmó que la famosa encuesta tendría que levantarse dentro de tres meses, digamos, a principios de agosto, para que hubiera candidato o candidata ese mismo mes. Habría que saber si en efecto eso dijo y, sobre todo, si eso quiso decir, y si podrá proceder conforme a lo que quiso decir.
La sucesión en Morena —no en la elección constitucional— se asemeja cada vez más a la vieja tradición priista: el dedazo definitorio. Con un matiz: habrá una encuesta que convalide la decisión del presidente saliente, un poco como la primaria en el PRI en 1999 fungió para dizque legitimar la selección zedillista de Francisco Labastida. Esto significa que no todo sale exactamente como quieren los que deciden, tanto en materia de tiempos como de formas.
Me imagino, porque así era el ritual priista, y AMLO es ante todo priista, que su inclinación natural hubiera sido —o sigue siendo— esperar hasta después del informe presidencial el primero de septiembre. Ciertamente, los informes ya no son lo que eran, ante todo para alguien que ofrece el equivalente cada tres meses. Pero el penúltimo es el último en plena posesión del poder, ya que para el de 2024 habrá diarquía interina. Además, suponiendo, como lo supongo hace tiempo, que la candidata de Morena será la jefa de Gobierno, uno puede inferir que también quisiera darle la oportunidad de rendir su quinto informe, el 4 de septiembre, ese sí, el último. Además, alguien obsesionado con las encuestas, como López Obrador, sabe que agosto es muy mal mes para salir a campo; demasiada gente se encuentra fuera de la comunidad donde reside.
Adelantar la decisión —o querer postergarla en relación a algún acontecimiento, como lo intentó, en vano, López Portillo en 1981— no siempre resulta, pues. Pero en este caso, existe un inconveniente adicional, superable quizás, pero no sin dificultades. Lo sugieren comentócratas cercanos a López Obrador, ya sea porque han trabajado con él y lo conocen bien, ya sea porque él mismo los ha declarado simpatizantes, y lo son, abierta y sinceramente, como Federico Arreola y Zepeda Patterson.
Según ellos, el secretario de Relaciones trae una desventaja en las encuestas de una decena de puntos, detalles más, detalles menos. Sus niveles de reconocimiento, al igual que los de la jefa de Gobierno, son lo suficientemente altos como para ya no poder crecer de manera significativa entre los que no lo conozcan. Ebrard tiene que restarle puntos a Sheinbaum, no basta con incrementar su conocimiento. Como no se puede comprar tiempo en la televisión nacional, ni dar campanazos noticiosos desde la Cancillería —ni aun recurriendo a actividades ajenas a la política exterior, descuidando estas últimas— la única manera para cerrar la brecha consiste en lo que concluye Zepeda. Es lo que han hecho todos los candidatos desde el 2000: ir ciudad por ciudad, utilizando el pretexto de un libro, o una conferencia —o ambas cosas— para comprar o conseguir entrevistas y cobertura en los medios locales (venales hasta la médula, en su mayoría), visitando universidades, grupos de empresarios, intelectuales, activistas, etc. Son como cincuenta localidades las que es preciso recorrer, gastando una enorme cantidad de dinero.
Ya lo están haciendo los precandidatos de Morena, aun siendo funcionarios los tres. Las normas electorales de campañas anticipadas y financiamiento de campañas no han importado un comino, ni importarán. Pero para Ebrard el reto consiste en disponer del tiempo para gastar todo ese dinero ilegal. Antes de las elecciones del Estado de México, no vale la pena. Quedaría la mitad de junio y todo julio. Pero julio es un pésimo mes: las universidades cerradas, las clases medias de vacaciones, los empresarios de provincia también. Se antoja casi imposible remontar diez puntos en las encuestas en ese mes y medio, sin debates, sin televisión nacional, sin apoyo de la mayoría de los gobernadores (como el de Sinaloa para la jefa de Gobierno la semana pasada), ni siquiera con recursos ilimitados. Aún renunciando Ebrard a la Cancillería en los primeros días de junio, no alcanza el tiempo si la encuesta se levanta a principios de agosto.
Entonces, una de dos. O López Obrador acepta las condiciones del presunto perdedor, y todos abandonan sus encargos de una vez, se celebran debates y pasarelas, y la encuesta se levanta a finales de septiembre, en cuyo caso tal vez se pueda emparejar la contienda; o Ebrard se va ya, casi en ruptura con AMLO, y le apuesta más bien a ser candidato de uno de los partiditos paleros de Morena, o de MC. La otra hipótesis —ser candidato del PRI, PAN y PRD— es un wet dream de empresarios despistados. Todo esto se decidirá en las próximas semanas, pero como se ve, no va a ser sencillo que López Obrador haga todo lo que quiera, o lo que quiso decir.