A lo largo de los últimos meses ha recobrado nuevo vigor la noción del Sur Global, refiriéndose a un grupo de países y a un conjunto de posiciones adoptadas por ellos que pueden transformar el orden mundial. En ocasiones se habla del “nuevo” Sur Global; a veces se incluye a China en esta agrupación; las razones que explican este advenimiento son múltiples, pero poseen una cierta fuerza. Se trata de una de las tendencias actuales en el firmamento internacional que más han atraído la atención de analistas, historiadores y diplomáticos.
¿Qué es el Sur Global? En algunas acepciones se trata de la mayoría, si no de todos, los países de América Latina, África y Asia que de alguna manera no pertenecen al mundo altamente desarrollado, próspero y que ha impuesto su hegemonía en las instituciones internacionales desde la Segunda Guerra Mundial. Incluye a países que también pueden pertenecer a otros bloques, entre los cuales en general destacan Brasil, Argentina y México, en América Latina; Sudáfrica, Nigeria y Egipto, en África; y desde luego India e Indonesia, en Asia.
En algunas ocasiones se incorpora a China en el Sur Global, aunque por múltiples razones no es necesariamente, como veremos, una inclusión evidente.
Las razones de este resurgimiento de lo que hace muchos años se conoció como el Movimiento de los Países No Alineados (NOAL) son más o menos conocidas. De ahí quizá el adjetivo “nuevo” que acompaña al Sur Global. En primer lugar, si incluimos a China, el peso económico de estos países como proporción del PIB mundial es infinitamente superior al que pudieran haber tenido los no alineados en los años 50, 60 y 70. En segundo lugar, la reemergencia de esta idea proviene del hecho de que hay una nueva rivalidad bipolar en el mundo, que sustituye a la de aquellos años entre la Unión Soviética y Estados Unidos y que enfrenta a ese mismo Estados Unidos, pero ahora con China. El Sur Global sería un tercer polo, aparte si no abarca a Beijing, o parte de un polo si se lo incluye.
En tercer lugar, como manifestación de este concepto novedoso, se señala con frecuencia la manera en cómo una gran cantidad de gobiernos de América Latina, África y Asia no han seguido a los países occidentales en su condena visceral a la invasión rusa de Ucrania, y más bien han buscado mantener una cierta neutralidad o incluso una relativa parcialidad a favor de Moscú.
Enseguida, se apunta hacia la aparición de dirigentes de algunos países del Sur Global que han expresado, por razones diversas y en tiempos recientes, ambiciones de liderazgo, y en particular, por ejemplo, de mediación en el conflicto entre Ucrania y Rusia por distintos motivos. Entre ellos se incluye, desde luego, Narendra Modi en la India; Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil; y por supuesto, si se afirma la inclusión de China en el Sur Global, a Xi Jinping en China. Pero habría muchos más que también han mostrado cierto interés o aspiraciones de liderazgo como Cyril Ramaphosa en Sudáfrica, o el presidente Joko Widodo de Indonesia.
Más allá de coyunturas específicas como la agresión rusa a Ucrania, el Sur Global busca reformar el sistema internacional, es decir, las instituciones internacionales creadas en la estela de la Segunda Guerra Mundial, ya sea las Naciones Unidas, ya sean los organismos financieros de Bretton Woods. Una de las ambiciones más importantes de algunos de estos países –evidentemente no de todos– es la ampliación del número de miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas con poder de veto. Se trata de la búsqueda, desde hace muchos años, por cierto, de ese escaño permanente por parte de Brasil, de la India, de Indonesia, de Nigeria, aunque luego también haya otros países fuera del Sur Global –y aquí ya se complica un poco el esquema– como Alemania y Japón que buscan también lo mismo. Otro planteamiento de reforma del sistema internacional se refiere a los porcentajes de voto y de contribución de determinados países a los recursos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. Esto en particular afecta a China, pero también a otras naciones.
Entre los anuncios recientes, probablemente más retóricos que realizables, figura, por ejemplo, la idea de utilizar otras divisas como monedas de reserva en el mundo además del dólar o el euro. O, en todo caso, si esto no fuera alcanzable a mediano plazo, por lo menos realizar los intercambios entre países del Sur Global en monedas diferentes, ya sea principalmente el yuan chino o, en su caso, algún tipo de moneda nueva, como cuando surgió la idea un poco descabellada de crear un “Sur” que serviría para los intercambios entre Brasil y Argentina.
De la misma manera, se ha buscado sustituir o complementar a las instituciones de Bretton Woods a través de la creación de nuevos proyectos, entre ellos el Banco del Desarrollo del BRICS, ubicado en Shanghái, y presidido por una expresidenta brasileña; o el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, creado por China pero al cual se han asociado muchos otros países.
Más allá de la estridencia, de la nostalgia por el NOAL, y una afinidad entre determinados países por ser exportadores de materias primas e importadores de bienes manufacturados, de servicios y de tecnología producidos por los países occidentales, hay razones válidas para que el Sur Global pueda ser considerado como una idea cuyo futuro ha llegado. Pero, asimismo, conviene no exagerar la viabilidad de esta noción ni tampoco su coherencia.
Para empezar, la inclusión de China, y en un caso extremo de Rusia, en el Sur Global no representa únicamente un dilema geográfico, ya que buena parte del territorio y de la población de ambas naciones se ubica al norte del Ecuador. Si bien Rusia es un país subdesarrollado, salvo por su industria militar y espacial, que exporta materias primas e importa bienes manufacturados, China es todo lo contrario. Más aún, es la fábrica manufacturera del mundo. Además, China es justamente uno de los dos polos de la rivalidad bipolar que impera hoy en el mundo y Rusia es un aliado cercano y casi incondicional de ese polo. Pero, al mismo tiempo, la exclusión de Rusia, y sobre todo de China, del Sur Global le resta un peso enorme a su participación en la economía mundial, así como de su población, su poderío militar, y su capacidad financiera y tecnológica. No hay una solución fácil para este embrollo.
Pero, sobre todo, el Sur Global abarca una gran diversidad de países que no necesariamente tienen intereses comunes. Es cierto que hay una preponderancia de exportaciones primarias entre sus economías, pero no es el caso ni de México, ni de Singapur, ni de Taiwán, ni de China desde luego, ni de varios otros países.
Más importante aún, incluye a democracias –aunque se hayan visto o se encuentren bajo amenaza– como Brasil, México, Chile, Argentina, Sudáfrica, Senegal, Nigeria, India e Indonesia. No está claro que la comunidad posible de intereses económicos deba predominar sobre la diversidad política e incluso la incompatibilidad política de muchos de sus países.
El Sur Global es una gran consigna, incluye parte de un reclamo y un agravio, ambos justificados, y sin duda influirá en el diseño y la construcción de un nuevo orden internacional cuando esto suceda. Pero no va a suceder mañana. Las metas fijadas por los principales países del Sur Global no se van a alcanzar en los próximos años, y pensar que únicamente una serie de votaciones contradictorias en la Asamblea General de la ONU sobre la guerra en Ucrania bastan para crear una unidad dentro de esta enorme diversidad es una quimera. Una más, después del NOAL, del Grupo de los 77, de las Conferencias Norte-Sur de los años 70 y 80, de los pobres oprimidos del mundo.