Toda la conmoción de estos últimos días, a propósito de la sucesión presidencial y las reglas que adoptó Morena para determinar quién ocupará su candidatura a la presidencia, me deja varias reflexiones. La primera es que nada es tan distinto como muchos creen o alegan. Los tapados dejaron de ser tapados, como escribió Aguilar Camín, hace muchos años. Pero incluso la formalización de una lista, y la existencia de una supuesta competencia entre ellos, arrancó por lo menos desde 1987, con la pasarela organizada por Miguel de la Madrid que desembocó en la postulación de Carlos Salinas de Gortari. Lo mismo sucedió en 1999, cuando el PRI celebró primarias, además de debates, entre sus aspirantes, proceso cuyo desenlace fue la candidatura de Francisco Labastida. Lo que está haciendo ahora Morena es casi exactamente lo mismo. En ambos casos anteriores fueron los presidentes De la Madrid y Zedillo quienes tuvieron la última palabra; no hay ninguna razón para pensar que no sea el caso en esta ocasión con López Obrador.
Segunda reflexión: nada es imposible, pero nueve semanas no parecen ser suficientes, en el mundo real, para que la distancia de entre ocho y doce puntos que actualmente separan al primer lugar del segundo pueda ser remontada. La aguja no se mueve tan fácilmente, sobre todo en materia de encuestas. No se trata de una elección, esto es muy importante señalarlo. Los candidatos no tienen que mover las emociones o las convicciones de los votantes, sino simplemente de un grupo representativo de personas en cuanto a sus supuestas intenciones de voto o sentimientos ante otras preguntas que serán incluidas en el cuestionario.
Hay dos maneras de mover la aguja en las encuestas en un periodo muy breve de tiempo. Primero, a través de los medios masivos de comunicación, es decir, un par de televisoras y tres o cuatro cadenas de radio. Para lograr un movimiento significativo en tan poco tiempo se requiere de una campaña de saturación: roadblocks, spots, debates, entrevistas, programas de entretenimiento (tipo Paty Chapoy o Maxine Woodside) y cobertura constante en los periódicos de gran circulación, que son muy pocos en México, si es que alguno.
El otro camino consiste en recorrer unas cincuenta ciudades de más de medio millón de habitantes, y celebrar eventos muy públicos en cada una de ellas, con gran cobertura de la prensa local, y algo de reseñas por los medios electrónicos nacionales. Esto exige varios activos: mucho dinero, no sólo para viajar con un séquito importante de colaboradores, sino también para pagarle a las estaciones de radio y de televisión locales para lograr entrevistas, programas, reseñas, cobertura, etcétera; así es la vida en provincia. También se necesita un avión porque la conectividad aérea en México no permite fácilmente ir de un lugar a otro con esa intensidad. Y, por último, se requiere de disposición y presencia de los públicos: Coparmex, universidades, grupos de intelectuales, activistas sociales, sindicatos, y otras organizaciones de la sociedad civil locales. No es evidente que en pleno verano esto sea factible. Conviene aquí agregar una advertencia que seguramente los candidatos ya conocen: las redes sociales no sustituyen a los medios. Al contrario, las redes, para que realmente muevan la aguja de las encuestas, tienen que llegar a los medios masivos.
Tercera reflexión: varias ilusiones ya han sido rotas por la adopción de las reglas definidas por López Obrador. La primera parece ser la de Movimiento Ciudadano, si es que existía, de que Ebrard o Monreal romperían con Morena si no hubiera piso parejo, e irían como candidatos, el uno o el otro, o ambos, del partido de Dante Delgado. Al haber firmado el compromiso de apoyar incondicionalmente al ganador de la encuesta, parece que esto ya no será posible. La misma ilusión, nada más que más ingenua, más ilusa, de hecho francamente tonta, fue la que alguna gente esbozó en el sentido de que Ebrard podría ser el candidato de la oposición —PRI, PAN, PRD— o incluso, para algunos especialmente babosos, de la oposición y de Morena. Nada de eso ya va a suceder. La oposición tendrá que escoger entre los candidatos que han alzado la mano, para bien o para mal. Eso es lo que hay.
Última especulación. Se repite incansablemente que ahorita Morena está ocupando todo el espacio y que la oposición está dormida, y que más le vale espabilarse y echar a andar muy pronto, si no es que de inmediato, su propia dinámica. No estoy seguro de que eso sea lo que más convenga. Durante las próximas semanas —seis, siete, ocho o nueve— va a ser muy difícil arrebatarle los reflectores a Morena, porque el que los mueve, los mueve a su favor: López Obrador. No tiene mucho sentido competir contra él en este momento. En cambio, si hacia mediados de agosto, al regreso de vacaciones, la oposición lleva a cabo su propia pasarela, con debates, con participación de la gente, en toda la República, durante un par de meses, tendrá buena parte de los reflectores concentrados en ella, mientras que del lado de Morena ya todo el alboroto habrá terminado y habrá una candidata, que estará en campaña pero que ya no generará gran entusiasmo salvo entre sus seguidores.
Lo que obviamente sí debe hacer la oposición es tener todo listo para entonces, a sabiendas de que se le va a acortar el plazo entre ese momento —mediados de agosto— y mediados o finales de octubre, para cuando deberá tener un candidato o candidata que pueda arrancar su precampaña —tan ilegal como la de Morena— antes del Guadalupe-Reyes. De ser el caso, se puede poner buena la cosa.